LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
FILIACIÓN AL
PADRE (Monseñor Escrivá)
Siempre he sido poco dada a 1as imposiciones "por las
buenas". Creo que para no dejarse arrastrar por el mal
hay que no dejarse arrastrar por nada. Hay que profundizar,
hay que discernir, hay que ser consciente. Hay que decidir
siempre y en todo, en uso de una responsabilidad inalienable
que, sin embargo, no deberá ser tachada de anarquía.
Una orquesta, por ejemplo, no puede ser anárquica para
ser armónica. Mover el palito (batuta) y moverlo con
energía (dirigir bien) es fundamental. Pero a la vez
que lo es la aportación de los instrumentos más
variados. ¿Qué sería de una orquesta
si por organizada y bien dirigida hubiera que hacer los mismos
movimientos para tocar el violín, el trombón
o los platillos? No se trata, por tanto, de defender individualismos
anárquicos. Como tampoco de plantear desconfianzas.
Se puede y se debe confiar. Confiar desde luego en aquello
que de antemano ha sido objeto de ese personal y responsable
discernimiento. Porque la confianza, entiendo yo (y es a lo
que voy), no se impone, se inspira. La confianza, como la
verdad, sólo puede imponerse por sí misma.
Mentalizar, manipular el sentir o el razonar de alguien,
exponer o definir a título exclusivo, sin más
objeto que el de implantar un sistema personal, por bueno
que éste sea, no puede ser sino negar, estar impidiendo
el uso de algo tan sagrado, tan serio, tan divino, como la
individual libertad que Dios ha querido para sus criaturas.
En la Obra se habla y se pregona, se proclama el derecho
y el deber de "la libertad de los hijos de Dios".
¡Su propio Fundador se erige en defensor acérrimo
de esa libertad! Liberar de presiones y opresiones que lleven
al hombre hacia el mal; sí, esa libertad sí
que existe en la Obra. Existe el buscar por todos los medios
la protección, el amurallamiento, la descontaminación
de todo lo que de alguna manera pueda conducir al mal. Liberar
de peligros, liberar de ocasiones, liberar de la posibilidad
de equivocarse, liberar, liberar... Y liberar, diría
yo, de la misma posibilidad de elegir. Inculcándose,
imbuyéndose, imponiéndose lo que al parecer
(al parecer de una persona) es lo mejor, es lo ideal, es lo
que puede y debe hacer más santo, y por lo tanto más
libre.
Una persona en la que se ha de admitir la más alta
capacidad para llegar a ello en todos los sentidos; una persona
movida, no lo dudo, por el mejor afán de ayudar; una
persona en la que se ha de ver y entender, a la vez que sentirse
sometido, al Padre. El mejor de los Padres, con el que lógicamente
no cabe ser sino el mejor de los hijos. Así ha de ser
la filiación al Padre de la Obra. Y así, y por
ello, "inculcan" esta mentalidad, esta idea, esta
manera de concebir las cosas: la filiación al Padre
en la Obra como algo fundamental.
De que al Padre no le mueva otro afán que el de cuidar
a sus "hijos", no voy a preocuparme. Cuidados que
en él han llegado a dimensiones inéditas. Para
el Padre, que se ha sentido llamado a transmitir a los hombres
el espíritu de una Obra de Dios, con el que más
concretamente servir a la Iglesia y ser santos en el mundo,
no ha sido suficiente la ejecución de esa transmisión;
la regulación de unas normas, unos medios, y la ambición
de unos fines con los que cada uno se maneje y funcione. No.
El Padre ha necesitado ser él quien defina y controle
la más nimia actuación o reacción de
todo el que se haya sentido movido a colaborar con él.
Dios, sin embargo, que podía habernos hecho santos,
nos hizo libres. Dios, que sabe más, que entiende más,
que es dueño absoluto de toda criatura; Dios, que nos
ama hasta el extremo de querernos semejantes a Él,
redimiéndonos con su sangre, ese Dios, que conoce mejor
que nadie los peligros de la libertad humana, ¡qué
no verá, qué no habrá radicado en ella,
que nos prefiere libres, y nos deja libres!
Y me sorprende, no sé cuál puede ser la respuesta,
de cómo en la gran capacidad pensadora de Monseñor
no ha cabido esto. ¿Qué será lo que él
entiende que yo no veo?
La filiación en la Obra es sumisión absoluta.
Y el derecho del Padre lo abarca todo. No mandará ni
dirá a cada uno cómo y qué tiene que
hacer en cada momento de forma individual, sería imposible;
pero deja de ser imposible a base de notas, de indicaciones
y de escritos, para todos y cada uno de los casos, cómo
único contenido de todo gobierno y dirección
de la Obra, como única medida de buena conducta.
Ser un mal hijo ¡qué desastre! Y es que realmente,
al parecer, a la Obra se tiene que ir para eso, para ser un
buen hijo de Monseñor. En principio no fue lo que motivó
a uno, pero luego... se va cambiando, sin demasiado esfuerzo,
casi sin sentirlo, se va uno entusiasmando... Es mucho lo
que de él cuentan y dicen y a él inducen constantemente.
Es toda una auténtica mentalización, como decía
al empezar este tema.
Mentalizar, mentalizar: mentalizan la prensa, mentalizan
las filosofías, mentalizan muchas cosas; porque todo
el que quiere convencer de algo, lograr adictos, sabe que
el mejor camino es mentalizar. Y sin embargo, para un cristiano,
que cree en el. don divino de la libertad, ¿cómo
admitir algo semejante? Cabe que mentalizar en sí tenga
acepciones distintas; yo así lo creo. Mentalizar puede
ser estimular, aportar datos suficientes, razonar, para que
en uso de una personal elección cada cual se sienta
favorecido y ayudado hacia tal meta; nunca forzado, coaccionado
u obligado. Pero mentalizar puede ser también, en un
terreno menos cristiano, manipular y usar elementos de convicción
que más que "razonar" avasallen toda libertad
de discernimiento personal.
Formar e informar sí, manipular no. A veces es curioso
comprobar lo escandaloso que resulta el que una persona se
meta a curiosear por ejemplo, en las horas de arreglo de otra,
en cómo duerme o hace sus necesidades fisiológicas,
¡qué falta de respeto!, ¡qué atrevimiento!,
qué falta de consideración a la intimidad personal,
qué falta de clase. Y sin embargo ¡es sorprendente!,
se mete uno a curiosear en el pensamiento de otro, en su oración,
en su vida íntima, en sus sentimientos, en sus deseos,
etc... y nada de esto (intenta sugerir) es osadía ni
intromisión. En la Obra, so pretexto de ayuda, se hace,
se aconseja, se insiste en que todo pensar, todo sentir, todo
funcionar, ha de estar "dirigido", adecuado al sentir
del Padre. Y a todo eso, es, a lo que hay que llamar y se
le llama: filiación, filiación, filiación.
Si el Padre entra en una tertulia, para estar un rato con
los de la casa, una tiene que sentirse sobrecogida de emoción,
de la suerte que supone. Si hace alguna alusión personal,
emocionarse hasta llorar. ¡El Padre me dijo! ¡El
Padre me miró y me sonrió! Después de
estar en alguna de esas tertulias, o de haber tenido alguna
clase de contacto con el Padre, se anotan sus palabras textualmente,
y se hace que quienes le han oído las transmitan a
los demás lo más al pie de la letra posible:
cómo lo dijo, qué hizo, etc. Sobre la indicación,
por ejemplo, que hizo una vez a una de sus hijas que le sirvió
un vaso de agua de Vichy de que "no le diera agua con
burbujitas", se gozan en lo de "burbujitas"
por la gracia del Padre. Y hasta esto se cuenta, y se transmite,
como algo sublime y entrañable.
Todo eso se ve al principio como algo nuevo, sorprendente,
curioso, para pasar a plantearse el no ser menos, no ser menos
capaz de valorar; y así unos, y otros, y otros. Y todo
es verdad, y a nadie se le obliga, no se imponen esas manifestaciones
de júbilo, únicamente se inculcan.
Hay luego otra fase, posterior, la de cuando pasan algunos
anos, y uno se va dando cuenta de que todo eso supone ficción
más que sentimiento auténtico, y se empieza
a ver las cosas de otra manera: se sigue pensando que realmente
valorar al Padre es importante, pero se empieza a despreciar
las algarabías y las tonterías que antes se
encontraban tan normales; sin dejar de cuidar las formas,
convencidas de que no es bueno, por lo que pudiera servir
de estorbo a los que con ello disfrutan, dar esa otra sensación.
Es todo un complejo panorama, complejo y variado, pero que
mantiene, ha de mantener, un único y sugestivo resultado,
el primero, el entusiasta, el que por derecho y por "deber"
es "lógico" en todo hijo que de verdad valora
la suerte de ser de Monseñor Escrivá.
La letra del Padre, una jaculatoria suya, una estampa escrita
por él, algo que haya sido de su uso, cualquier cosa
que bendiga o toque, es casi una reliquia, es un premio, es
el mejor tesoro. Porque la santidad del Padre, insisten, no
es corriente; por lo que el Padre será el día
de mañana.
El Padre dijo, el Padre comentó, el Padre llegó,
y salió e hizo; todo es un acontecer mítico
y grandioso aunque se trate de lo más prosaico. Prosa
diaria, de la que, por corriente, aprovechan para entresacar
de ella "una sencillez en él extraordinaria, especial";
especial hasta la misma sencillez, por ser del Padre.
Alrededor de Monseñor hemos visto todos (todos los
que hemos vivido en la Obra) detalles realmente curiosos,
como consecuencia de esa necesidad de admiración de
su vida más diaria. Yo he visto a hombres hechos y
derechos, catedráticos, directores generales, ingenieros,
etc. (sin que esto quite que los haya que se abstienen), comer
como locos tortas de Inés Rosales, porque el Padre
había comentado que estaban muy buenas. Y he visto
a todo un señor ir de habitación en habitación
por las que iba a pasar el Padre, durante todo el día,
con un termómetro en la mano, para conseguir que todas
estuvieran a la misma temperatura. He visto tener un grupo
de decoradoras preparadas para atender cualquier insinuación
del Padre, porque le enfada que las cosas no se hagan como
él dice y con la máxima rapidez. He visto muchas
cosas, y recuerdo bastantes, a pesar de que tiendo a olvidar
lo anecdótico.
Yo he abierto la boca como la primera, y me he quedado también
pasmada, oyendo y oyendo, dejándome llenar de todo
"lo del Padre". Hasta que me he parado a pensar
y se me ha llenado el alma de contradicciones. Y se me ha
alzado todo ello como un arrollador río, desbordado,
sin más miras por parte de nadie de lo que en ello
va arrasado. El Padre, la vida del Padre; lo que el Padre
vio y sintió en su oración, la reacción
que tuvo ante tal o cual noticia, y siempre como algo único,
casi divino.
En cada casa, buena y grande, hay una zona especial por si
él va algún día. Para él y los
que le acompañan (tres o cuatro normalmente). Desde
hace algunos años el Padre pide para don Álvaro
las mismas deferencias que con él se tienen.
La habitación del Padre, la comida del Padre, la ropa
para el Padre. El Padre ha usado una misma sotana durante
18 años, sí: "más años que
los que tú tienes, tiene mi sotana", le decía
a una numeraria joven en una tertulia, en Barcelona, el año
64, delante de mí, y comentó que eran 18; ya
sólo se la ponía para visitar las obras que
en las distintas casas se pudieran estar haciendo; en aquella
ocasión era en Castelldaura. Y sin embargo cada casa
de ésas ha de tener ropa especialmente selecta para
todos los usos del Padre. Comidas compradas diariamente, frescas,
del día, abundantes y variadas, para salir al paso
de cualquier insinuación de lo que al Padre le gustaría.
En una de sus visitas a Jerez de la Frontera, en el año
72, se consideró que en toda Sevilla no había
repostería suficientemente selecta para servírsela
al Padre. Años antes, un vade (de escritorio) que hacía
falta para la mesa del Padre, sólo cupo encontrarlo
digno en Loewe. El Padre solía beber agua de Solares,
pero después de hablarse de aquel fraude que se corrió
sobre dicha agua, al Padre le llevan con él, a donde
vaya, agua mineral francesa, que ha sustituido definitivamente
a la anterior. Para él, y a las casas que visita, se
traslada cada vez todo un equipo de personas especializadas,
que son las encargadas de servirle (comedor, cocina, planchado,
limpieza, etc.), a él y sólo a él (con
los dos o tres más antes citados). Yo he tenido que
dar por inservible un colchón para el Padre, expresamente
comprado para él y sin estrenar (aunque se utilizó
para otro en la misma casa), porque le faltaban tres centímetros
de ancho de las medidas establecidas, y hubo que sustituirlo
por uno nuevo. A América se han mandado melones en
avión expresamente para el Padre, porque al Padre le
gustan, y allí no los hay. Coincidiendo con una de
las visitas del Padre (yo era la directora de la casa), por
la noche tenía que quedarse una persona en la sala
de calderas de la calefacción, sin dormir, por si fallaba
ésta (era automática) que no repercutiese en
el Padre. Cuando el Padre no estaba en la casa, por la noche
se apagaba. Habría para seguir y no parar.
Cuando el Padre insinúa algo que le gusta, que necesita
o que le vendría bien, sea la hora que sea y cualesquiera
los medios (se inventan), se le consigue sobre la marcha.
Si el Padre ve algo en una casa y comenta que estaría
mejor de otra manera, o dice "eso así no",
inmediatamente se lleva a cabo; se cambia una tapicería,
se sustituye una clase de puerta por otra, se rompe y se repone
un zócalo de mármol aunque sólo sea por
una insignificante mancha de humedad, etc.
En una casa de ejercicios de Andalucía, el día
antes de una anunciada visita de Monseñor Escrivá,
alguien se acordó que el Padre había comentado,
la última vez que estuvo, que a una puerta de hierro
de las que daban al patio y que tenía sólo picaporte
por el lado de dentro, sería más cómodo
que pudiese abrirse por fuera también; ante tal situación,
rápidamente se llamó al herrero, al cristalero,
y se pusieron todos los medios necesarios, al precio que fuera,
y bajo la vigilancia de un numerario responsable. Trabajaron
sin descanso para que aquello pudiera estar al día
siguiente como el Padre "insinuó"; no lograrlo
podía ocasionar disgustos nada deseables. A modo de
ejemplo también, en otra ocasión era la cisterna
de su cuarto de baño (del Padre), que descargaba un
poco menos de lo que se consideraba necesario; era domingo,
pero no impidió ir a buscar al fontanero, sacarlo del
cine, hacerle renunciar a su descanso semanal, etc. Se trataba
de algo del Padre, y éste podía reprocharlo.
Sus hijos necesitan adelantarse a todo cuanto saben que su
Padre espera de ellos.
Son todos detalles que he vivido; sólo algunos. Detalles
de un desvelo de hijos, que quieren ser fieles, y que lo hacen
poniendo en juego una audacia que supera toda otra clase de
consideraciones. Fieles a unas enseñanzas existentes
y muy duras, de un Padre que ha marcado el camino. Esa manera
de ser y de actuar en la Obra es consecuencia única
de los enfados del Padre, de sus enérgicas reprimendas.
Unas las hemos vivido, de otras nos han hablado para que aprendiéramos
más. Y los hijos del Padre ponen todo el empeño
en hacerlo bien. A pesar de lo cual el Padre sigue quejándose
de lo difícil que es enseñar y lo mal que se
le obedece. Pero sus hijos callan y siguen aprendiendo, porque
se los ha convencido, y creen en la necesidad de ir a Dios
a través del Padre, y sólo a través de
él.
El Padre sabe, el Padre se entera y el Padre ve las cosas;
el Padre, por supuesto, no es tonto; el Padre huele la casa
(regada con Atkinsons cuando está. él), y él
sale al paso de detalles como el cuidado de no golpear las
puertas, o la hora exacta que deben cerrarse las ventanas
para que el sol no dé en los muebles, que ha enseñado
a los numerarios a recoger los ceniceros para que parezca
más amable a las encargadas de la limpieza. Es su estilo
lo que se impone. Como decía antes, nada de esto son
ocurrencias originales de nadie, que nadie en. la Obra ha
tenido nunca, hasta ahora, nada que decir ni que aportar que
no haya sido "pasándolo por la mente y por el
corazón del Fundador", en frase muy conocida como
medida de buen espíritu para todos los de la Obra.
En la Obra todo debe pasar así "por su cabeza
y por su corazón", por la del Padre.
Todo un significativo montaje, ante el que una se pregunta
(y me lo he preguntado a modo de examen sobre filiación,
estando dentro), seguir de esa manera al Padre, admitírselo
todo, no tener nada nunca que decirle o que negarle ¿puede
de verdad ayudarle, será de hecho la mejor manera de
quererle?, ¿será la única manera de demostrarle
que se le admite y venera?
Por cariño al Padre, que no ha dejado hasta ahora
de abarcar todo el gobierno de la Obra, a partir del año
73 no le dicen nada de las personas que se van de ella; hay
quien tramita esos expedientes sin que lleguen a él,
no tiene por qué pasar penas, dicen. Y yo sigo preguntando
¿a título de qué derecho los demás
hacen esto, o a título de qué deber él
consiente?
El Padre tiene dos custodios; dos sacerdotes que deben ayudarle
y corregirle. Dos personas que, podríamos decir, "se
han criado con él", dos acérrimos veneradores
suyos. Cargados de una enorme buena voluntad, no lo dudo,
pero cargados también de una admiración por
necesidad de fidelidad lógicamente poco objetivizadora.
Podrán ayudarle, sí, pero ¿sólo
ésa es toda la ayuda que el Padre necesita?
Al Padre, sus hijos, pueden y deben escribirle; abrirse con
él. Por considerarle Padre concebir esa interrelación
filial. Pero esas cartas son revisadas y seleccionadas, para
que sólo le lleguen las alegres, las positivas, las
que vayan a gustarle. Sin que nadie haya hablado nunca de
tal selección. Se entera una cuando le toca hacerlo;
o cuando, escamada por algo, a fuerza de preguntarlo a los
que dirigen, se ven ya en la imposibilidad de negarlo; prefieren
que no se sepa, pero se hace.
Verle y tratarle, contarle, etc., es por encima de todo,
cuidar una delicadeza y admiración extrema. En una
tertulia, por ejemplo, a la que asista (son las únicas
ocasiones prácticamente de tratarle), lo importante
(dicen) es dejarle hablar; antes debe haberse consultado lo
que se le va a contar o preguntar, cómo y de qué
manera. No creo que pueda llamársele diálogo
filial y confiado a una comunicación que, además
de esos requisitos, tiene, podríamos decir, un único
y exclusivo sentido, de arriba abajo (del Padre hacia sus
hijos); dejarle hablar por un lado, y que el Padre sepa sólo
lo que de antemano se sabe que quiere saber.
Un Padre del que no dudo que reza, que tiene un enorme afán
de almas, y una enorme dedicación a esa función
de la que se siente plenamente instrumento de Dios. Pero ¿un
Padre humano, comprensivo, volcado con todos? Un Padre que
se ha impuesto a sus hijos, y que antes de hacerse todo para
todos, ha exigido a todos que se hagan como él los
necesita, que sean todo para él.
Los que le rodean, le cuidan, le protegen, ¿le ayudan?
Es indudable que le quieren; pero lejos le dejan de los demás;
o lejos le gusta estar al Padre excepto de unos pocos; no
sé cuál de las dos cosas será: nunca
he podido descifrarlo. Multitudes sí, realidades diarias
no.
Del Padre, como hija suya, he podido admirar su capacidad
de acción, su afán incansable de llenar la vida
de trabajo. Admito y considero su entrega, que no la encuentro
especial ni única. Y nunca he podido considerarle humano.
Quizá como hombre, para los que le tratan más
de igual a igual, sea distinto; quizá con ésos
exista una humanidad que yo no llegué a vislumbrar.
Para los que le contemplan de lejos, en el contexto de la
Obra entera, cabe también que le vean con la categoría
que la Obra como tal le da. Para los que como yo nos hemos
mantenido en la línea de hijos sin más, la realidad,
mi realidad, sólo ha sido la de encontrarme con una
dura y absorbente personalidad.
Yo no he podido, en la Obra, tener la sensación de
encontrarme con un Padre más allá de las primeras
ilusiones. Me he encontrado con un Fundador enormemente convencido
y poseído de su misión. Aferrado, tremendamente
aferrado, a una colaboración de muchos que sólo
pensaran y quisieran a través de él.
¿Qué es, resumiendo, toda esta filiación
en la Obra? Un enorme tinglado montado alrededor de su Fundador,
montado por su Fundador alrededor de él; que ha sido
capaz de atravesar las fronteras de las naciones como no sé
si logrará cruzar las fronteras de los siglos.
Un tinglado que supone, indudablemente, una capacidad muy
especial en la persona de Monseñor Escrivá.
Una capacidad de líder. No sin que uno de los motivos
de vigilancia de sus hijos haya tenido que ser siempre, y
siga siendo, el de que a nadie en la Obra se le deje destacar;
a nadie, a ninguno más puede admitírsele el
más mínimo destello de liderazgo. "Esa
persona tiende a ser líder y hay que reducirla, o que
se marche; en la Obra no puede haber líderes",
palabras textuales de una directora regional sobre otra numeraria,
que destacaba por su personalidad e influencia; no puede haber
nadie que capte la atención de nadie que no sea el
propio Padre.
Lo de Monseñor es toda una realidad histórica,
como históricos son Napoleón, Hitler y tantos
otros. Históricas son las manifestaciones tumultuosas
producidas (provocadas, diría yo). Pero historia han
de ser también todos los procedimientos utilizados
y empleados para ello. Histórica la mentalización
de unos hombres y mujeres, de unos niños y niñas,
adolescentes muchas veces, mentalizados desde muy jóvenes,
enseñados a eliminar todo tipo de confianza en alguien,
porque por encima de todos se les erigen las excelencias de
Monseñor.
¿Influye esa filiación al Padre en la vida
pública, política, etc., de los socios de la
Obra? En la Obra, es verdad que los temas de política
se evitan, y que no se le impone a nadie -en estos aspectos-
ninguna ideología determinada. Como es verdad también
que los socios del Opus Dei que llegan a altos cargos, por
la misma envergadura de la tarea que eso lleva consigo, son
los menos condicionados. Pero no hay que olvidar que, normalmente,
en su afán de hijos fieles de Monseñor, los
socios de la Obra harán de sus deseos la meta principal
de su trabajo y de sus empeños. Y a Monseñor
le gusta que sus hijos destaquen, que influyan según
el estilo de la Obra, que ocupen los mejores puestos, política
y socialmente hablando. Aspiración lógica e
incluso positiva; muy positiva si se trata de conseguir que
sean hombres formados y de conciencia recta los que ocupen
puestos importantes. En la Obra hay personas excelentes, preparadas,
trabajadoras, capaces, en una palabra, seleccionadas; hay
también, como en todas partes, excepciones. Y hay como
nota muy significativa, demasiada suficiencia, excesivos denominadores
comunes, exigencias muy peculiares, que lógicamente
cuentan y afectan.
"A Dios lo que es de Dios, y al César lo que
es del César", decía aquel israelita, Hijo
de Dios, que convivió con los hombres hace ya 2 000
años. En una época en la que su pueblo Israel
(la Iglesia de hoy) era el desprecio y la explotación
de un imperio poderoso y sojuzgador. Y en medio de aquel ambiente,
de aquellas diferencias sociales, de aquellos que no lo eran,
Cristo está muy por encima de las cuestiones temporales.
Habla de ambiciones distintas de las de los grandes de la
tierra, de un reino que no necesita vasallaje de este mundo,
su personal actitud carece de arrogancias de todo tipo; decepcionando
incluso a unos compatriotas que esperaban a un Mesías
políticamente liberador. Si alguna vez se enfurece,
se muestra enérgico, es únicamente para dejar
bien claros los valores del Espíritu. "La Casa
de Mi Padre es casa de oración y no de algarabía
ni de negocios humanos." Su mensaje, la misión
de los suyos, no parece que tenga que ser mayor a más
"escalada" de puntos; ningún apóstol
los tuvo. 'Cada uno en su sitio en el "ejercicio de su
plena capacidad" al servicio de Dios y de los hombres
por Dios, es donde únicamente parece que debe estar
el motivo y el cauce de toda acción cristiana personal.
A la Obra, que tanto gusta de jactarse de su semejanza con
los primeros cristianos, ¿es ésa la sencillez
que los caracteriza? ¿Es lo que los hijos de Monseñor
deben proponerse para darle las mayores alegrías?,
¿realmente la superación de los hijos del Padre
está fundamentalmente radicada en la vida espiritual
que se les pide (y que a veces se hace aparecer como única)
o está en todo el conjunto de "resultados"
que a ella se le imponen? A pesar de las anécdotas
que se cuentan -las hay- en las que se pretende demostrar
que todos en la Obra son iguales, es también fácilmente
demostrable que el valor de la persona en la Obra está
más en lo que ésta signifique o aporte que en
lo que sea por sí misma.
Es impresionante, desde luego, la capacidad de Monseñor
para todo tipo de montajes. Montajes que indudablemente han
sido lo que le han hecho grande. Cuántas personas,
estupendas, que las hay por ahí sin ser nadie, hubieran
llegado... ¿hasta dónde, de haberse montado
alrededor algo semejante? Y es que el Padre es él y
su montaje.
Un montaje que de alguna manera entiendo, admiro. Entiendo
la necesidad de hacer la Obra, y la entiendo como algo de
parte de Dios. Sin entender, sin posibilidad de asimilar la
exclusividad y el estilo personal que su Fundador le ha impuesto.
¿Qué hubiera sido de los franciscanos si San
Francisco hubiera actuado así? O San Ignacio, o Santo
Domingo; ninguno impuso a los suyos esa necesidad de dominio,
de influencia, de exclusividad, que en la Obra es prerrogativa
del Padre.
"Una sola sangre, una sola savia es para nosotros el
espíritu de filiación; ésta es la diferencia
que tenemos con las demás instituciones de la Iglesia;
y es que nosotros tenemos al Padre, y tenemos todo lo que
ser hijos suyos supone." Así se predica en la
Obra sobre filiación al Padre. Y es sólo un
retazo, una idea entre las muchas que se pregonan constantemente.
Admisible idea, si no fuera por demasiado estrecha, demasiado
acaparadora, para ser universal y católica.
Hijos del Padre derrochando con él toda clase de detalles,
mientras alrededor da igual que se rompan las personas, da
igual que se sientan solas y que lo pasen mal, con tal que
se haga lo que el Padre dice y desea. Da igual con los de
dentro, da igual con los de fuera (con los que no son de la
Obra), excepto en el afán de que entiendan y quieran
y acepten la Obra, excepto en transmitirles las enseñanzas
del Padre. Para unos y para otros es toda la ayuda que cabe
tener con los demás en la Obra.
Hasta la filiación divina, incluso para ser mejores
hijos de Dios (así lo enseñan), "se logra
a través de la filiación al Padre".
No intento, no, reducir los méritos de él ni
de nadie. Quisiera habérselo contado a él primero;
quisiera... haber podido encontrar solución a todo
esto en él precisamente. Hubiera querido decirle (si
posible fuera) que es así y sólo así
como su paternidad repercute y llega a muchos. Quizá
lo sepa. No sé hasta qué punto sabrá
o no sabrá. Sólo sé que hubiera querido...
Siempre quise, y no fue posible.
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