LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
POBREZA
Uno de los temas de que no cabe hablar de la Obra sin que
salga a la palestra. ¿Por qué será?
¿Será por lo que tienen, por lo que hacen,
por lo que gastan? No, yo creo que no. Porque eso mismo hay
otros que también lo tienen, que lo hacen, que lo viven,
y no necesariamente se apela al tema cuando se trata de ellos.
No creo que sean las cosas en sí las que den que hablar
de pobreza cuando se hace referencia a la Obra. Creo que más
bien puede ser su eterna contradicción. El constante
alarde de pobre absoluto, pretendiendo hacer de la pobreza
nota característica de la Asociación frente
a su propia manera de actuar, de concebir las cosas, de vivir.
Resulta polémico, diría yo, porque resulta contradictorio.
Una revista nacional publicó, en 1974, una reseña
alusiva al tema, muy significativa. Su autora, una de tantas
-una más, no me cabe duda- de las que nos ha tocado
palpar la realidad de la decepcionante comedia a que en la
Obra se lleva de modo tan general, entre otras cosas, la pobreza.
Decía:
"¡Oh, qué angustia renunciar a la pequeña
ciruela después de un almuerzo con carne, pescado y
mariscos! Pero aquella ciruela era lo que te hacía
sentirte pobre.
"No olvidaré jamás aquel día que
me encapriché con un modelito de 12 000 pesetas. ¿Acaso
no sabes que eres pobre?, me recriminó una hermana.
Sí, aunque parezca mentira lo había olvidado.
¡Renuncia!, gritó mi conciencia, y yo, valientemente,
renuncié: me compré un modelo de 11 000 pesetas.
La hermana que me había recriminado me miró
emocionada.
"Aquella hermosa mansión, donde todas vivíamos
en amor y pobreza, rodeadas de bellos cuadros y hermosas porcelanas,
era nuestro sonriente calvario. Yo, por ejemplo, en vez de
sentarme en un mullido diván de terciopelo, hacía
un esfuerzo y me sentaba en la mecedora de rejilla.
"No tener nada, no poseer nada ¡qué alegría
tan grande! Usabas la ropa, los salones, las bibliotecas,
pero nada era tuyo, ni siquiera el dinero que gastabas.
"Eramos tan pobres, que teníamos que pedir. Y
mientras tomábamos el té con las marquesas,
las diplomáticas y las millonarias, exponíamos
el problema. Y eran tan buenas, que sólo bastaba insinuarlo,
y con la delicadeza propia de nuestro espíritu, ellas
metían un cheque en un sobre perfumado. ¡Qué
hermoso gesto de caridad el suyo, y qué hermoso gesto
de pobreza el nuestro!
"Pero un mal día me cegó Satanás
y decidí abandonar la lucha y la pobreza, y abandoné
la mansión del sacrificio, y abandoné a mis
hermanas. Y entonces perdí mi trabajo, mi ropa, mi
alimento, me quedé en la calle sola y triste. Y encima
dejé de ser santa."
¿Se trata de una caricatura o se trata de una realidad?
Si por caricatura se entiende resaltar los detalles más
sobresalientes de aquello que se caricaturiza, sí puede
ser caricatura; si se entiende por caricatura exageración,
no, no es caricatura. Nada de ello exagera nada, es la pura
realidad; y como siempre, no toda. Quizá redactado
algo jocosamente; lastimosamente, diría yo.
Vivir la pobreza no puede ser, ni mucho menos, dejar carta
blanca a los que atesoran, acumulan, negocian para el mal,
para la perversión; ni siquiera vivir indiferentes
ante los bienes de la tierra.
Yo entiendo que las cosas buenas, importantes, valiosas,
deben conseguirse y usarse cuanto más mejor para el
bien, para la Gloria (de Dios, para todo lo que lleve a ello.
Sin olvidar que una cosa es conseguirlas y usarlas; saberlas
usar, con proporcionalidad. Y otra, muy distinta, acumularlas
para instalarse en ellas.
En la Obra, la fuerza de toda argumentación sobre
pobreza pretende ampararse en el cuidado de las cosas pequeñas;
cosas pequeñas, minucias, perfeccionismos..., para
que todo dure y se conserve, y esté siempre como el
primer día. La puerta que no se debe golpear para que
no se estropee, el cuidado de que no se quede ninguna luz
encendida a destiempo; bordear la alfombra para que, usándola
menos, dure más, etc. Argumentaciones, teorías,
que lo mismo pueden ser consecuencia de un sentir caprichoso,
quisquilloso, vulgarmente detallista, que de una tendencia
a la avaricia. No porque piense que ninguno de esos casos
tenga que ser el de la Obra. Únicamente entiendo que
las motivaciones de un afanoso cuidado de los pequeño
en poco justifica, o puede ser suficiente, para garantizar
un espíritu de pobreza.
Qué fácil, qué bonito sería todo
si todos pudieran hacer igual que en la obra, si todos fuésemos
perfeccionistas, qué fácil y qué tremendo
si todos nos propusiéramos cuidar el detalle como lo
hacen ellos, "gastando lo que se deba aunque se deba
lo que se gaste", en palabras del fundador. Así,
¡cuántos quisieran tener todo lo suyo!; si no
lo logran es normalmente porque no pueden, no les da el presupuesto.
La perfección es cara. Es difícil y es trascendente
en lo espiritual, pero es muy costosa (hace falta mucho desahogo
económico) en lo material.
En la Obra, por pobreza, no se va al cine, al teatro, no
se pertenece a clubs (salvo excepciones muy curiosas), no
se hacen regalos, etc. Pero por una pobreza que en nada impide,
como ya vimos, gastar en ello lo que haga falta para tenerlo
en casa; aceptarlos, en el caso de los regalos, para la Obra.
Yo he creído y entendido de veras una pobreza personal,
la que hay que vivir según "enseñan":
austeridad, desprendimiento, en todo lo que te incumbe, para
acabar teniendo que manejarme en las mil y tantas necesidades
de la Asociación como tal. Necesidades de un tono (el
de la Obra), de una serie de exquisiteces como detalles de
convivencia, de un afán de superación que debe
rechazar cualquier conformismo corto; ante lo que una se pregunta
¿cómo y a qué, en medio de todo esto,
hay que llamarle pobreza? ¿Renuncia, austeridad? ¡Difícil
austeridad la de estar por encima de las cosas, teniendo las
cosas ten encima!
Desprendimiento personal, dicen. El desprendimiento de "usar
y tener todo lo que se necesita, sin estar apegada a nada".
¡Qué más quisieran muchos!, ¡qué
más quisieran que poder cambiar el apego por la necesidad!
La verdadera austeridad y renuncia y negación de la
Obra, está en los sentimientos; está, sí,
en el uso de las facultades racionales, intelectuales o afectivas.
Es la única (y muy exigente) austeridad posible y real.
Renuncia, negación a todo lo que sea gustos personales,
organización de programas de trabajo, de convivencia,
de uso del tiempo, etc. De que en la Obra hay gente muy santa
no me cabe la menor duda; llegar a asumir toda esta normativa
no es para menos. Que no quiere decir que sea precisamente
la pobreza de la Obra la que santifica.
La clase de pobreza que se vive en la Obra, dice su fundador,
es la de una familia numerosa y pobre. Aunque luego las cosas
estén establecidas (por él también) de
muy distinta manera. Las necesidades de vida de la Obra están
muy por encima de las de cualquier familia de clase media,
de las de cualquier padre o madre de familia numerosa y pobre,
por mucho que Monseñor Escrivá aluda a tal ejemplo
como medida.
Pisos de 50 000 pesetas de hipoteca mensual no creo que sean
los que puede comprar ninguna familia de la clase que decía;
en la Obra si se puede, y se puede además para que
lo vivan 6 o 7 numerarias, no hace falta más. Objetarán
que los necesitan para hacer una labor apostólica con
señoras importantes, a las que luego no dejarán
usar nada más que el oratorio y las habitaciones contiguas
a la entrada.
En la Obra todo se aprovecha, insisten. Por ejemplo, los
muebles se restauran. Muebles de estilo, que todos sabemos
muy bien lo que cuestan. ¿Acaso no es mucho más
caro restaurarlos y poner toda una casa en consonancia que
prescindir de un estilo tan regio? Pero es que lo hacen decoradoras
que también son de la Obra, añadirán.
Las cuales, como pide la Obra a todos los suyos, deben ser
las mejores, deben conseguir un prestigio profesional adecuado
a las mejores exigencias, por lo que deberán participar
y viajar y comprar y llegar a donde las que más.
Yo he visto a más de una de esas numerarias decoradoras
debatirse entre problemas serios y agobiantes, frente a esos
estilos de pobreza de la Obra. Numerarias de familias muy
acomodadas, acostumbradas a vivir muy bien, que en principio
no tenían por qué extrañarse de nada,
y que les extraña, y que les cuesta entenderlo, y les
crea serias y costosas dificultades. Es cuestión de
"asimilar la mentalidad del Padre". No cuenta, no
hay posible solución para ningún tipo de problemática,
incluso de éstas.
Las hay de familias más modestas a las que de otra
manera les cuesta igual y no lo entienden tampoco; no logran,
porque no es fácil, superar la constante comparación
que todo les impone frente a las necesidades o dificultades
en las que saben que viven los suyos.
Como las hay que, una vez mentalizadas, se dedican a exigir
-amparadas en la "dignidad de la Obra"- para hacerse
de una "grandeza" que nunca tampoco les hubiera
correspondido fuera. Haber, realmente, hay de todo.
"Las cosas de valor -siguen diciendo- están porque
te las regalan." Todavía mejor, ¡qué
fácil y qué bien! Acabar teniendo algo caro
a fuerza de ahorro y del trabajo personal tiene su mérito,
tiene su "esfuerzo"; lo cómodo, lo realmente
sensacional, es que encima lo regalen. Y que lo regalen además
porque en la Obra regalar -como vimos- es cooperar con una
labor que necesita de todo eso, es el resultado del cariño
al Padre, que debe ser "al máximo de posibilidades".
Muebles de estilo, cuadros importantes, objetos de plata,
todo tipo de cosas. Camiones y camiones de regalos. Era el
año 72, y se trataba de una gira que realizó
Monseñor por distintas provincias españolas.
Regalos como resultado del afán de fidelidad de unos
hijos que conocen bien el gusto de su Padre. De unos hijos
que han sabido inculcar en la mente de muchos otros, cooperadores
y amigos, un sentido de "desprendimiento" que los
lleve a sacrificar su propio patrimonio, para ceder a la Obra
el más "exquisito tono". Para el Padre se
gasta lo que haga falta, se buscan regalos, se consigue el
dinero que sea, con tal de darle alegrías. Sacrificando
lo que haya que sacrificar, acudiendo a quien haya que acudir,
mentalizando en un fervor tal hacia el Padre que consiga de
cualquier persona que se precie de amiga de la Obra, hacerle
estar por encima de recuerdos de antepasados, de necesidades
familiares, de lo que sea, para así hacer regalos a
Monseñor. Para que éste pueda seguir poniendo
casas y casas (de la Obra) con el máximo esmero y detalle.
Casas que exigen anteproyectos y proyectos, repetidos, sometidos
a todo tipo de revisiones y supervisiones por parte del Padre
a sus hijos arquitectos.
Millones y millones (para qué dar cifras) en un Torreciudad,
como podríamos aludir a otras mil labores espléndidas
en su sentido más amplio. "Gastando lo que se
deba aunque se deba lo que se gasta"; pero no, en la
Obra no se debe nunca nada; en la Obra se gasta, pero se tiene,
se consigue, se pide.
En la Obra, constantemente, se viaja de Norte a Sur, por
los motivos más variados (cursos, retiros, convivencias).
Pero por "pobreza" cuando se trata de hacer un viaje
para ver a las propias familias (lo que debe ocurrir de tarde
en tarde) hay que conseguir que lo paguen éstas; si
no es así; mejor que no se vaya. Y se deja a esas familias
mortificadas, o se les hace gastar lo que les supone un verdadero
esfuerzo. Puede que se trate de familias sin agobios económicos,
pero en las que lógicamente, a partir de una edad,
cada uno se hace cargo de sus gastos propios. En la Obra,
sin embargo, parece como si nada de eso contase; la Obra necesita
ser pobre, y lo necesita de esa manera.
El trabajo profesional, la necesidad de un medio de vida
como condición necesaria para pertenecer a la Asociación
y de secularidad, se considera también un motivo de
pobreza. Cada uno debe ganar un sueldo con el que poder mantenerse
y ayudar a la Obra. Por necesidades de la propia Asociación
hay ocasiones en las que se exige a determinadas personas
que ese trabajo sea interno (de gobierno o de dirección).
Sin embargo, eso no impide que, como en un caso que puede
ser simplemente un ejemplo, sirva de contradicción
y se recrimine la falta de aportación que supone.
A una numeraria, después de tenerla 17 años,
desde que llegó muy joven, dedicada a tareas de gobierno,
sin opción a ningún tipo de preparación
ni de promoción, cuando ya decidieron que servía
menos para lo que había estado haciendo, le advirtieron
que no pensaría pasarse la vida viviendo del cargo.
Quizá contado no suponga demasiado. Para aquella persona
era un problema serio, desconsolador, ya que ni se había
quedado sin profesión por gusto, ni a su edad era fácil
buscar otros derroteros.
La pobreza en la Obra por su desproporción me ha hecho
sufrir de veras. Otra vez, en una casa de retiro pensada para
gente sencilla, en la que hubo que decorar un techo, pintarlo
y darle estilo de artesonado; había que hacerlo porque
acababa de estar el Padre allí y lo había sugerido.
Dada la innecesaria suntuosidad que suponía (no era
regalo de nadie, pero se hizo y costó un dineral),
lo advertí a tiempo (porque estaba de directora en
aquella casa y lo creí un deber); pero tuve que "avenirme"
a quedarme tranquila sólo por el hecho de haberlo dicho.
Llegaron incluso a darme la razón, pero nada más,
no había otro remedio.
A pesar de los pesares, a pesar de las excepciones que confirman
las reglas, qué fácil es no preocuparse de nada
cuando se tiene de todo; no ambicionar ni guardar cuando se
está bien respaldado. Qué fácil desentenderse
de lo material cuando consta, tan evidentemente, que es a
lo que de verdad se le da importancia, y se protege y se asegura.
Joyas, ornamentos, vasos sagrados; en Roma existe una verdadera
colección, un auténtico tesoro. Tesoro privado
que sólo pretende satisfacer el afán del Padre
de "delicadeza para Dios" (en el culto). Una sala
llena de vitrinas: de cálices, de custodias, de copones,
de casullas; tan abundantes de perlas del Caribe como de sedas
japonesas, esmeraldas o diamantes... que son, siguen siendo,
resultado de la devoción de los hijos con su Padre.
Ir a la casa de Roma, cuando se pertenece a la Obra, es una
de las ilusiones más comunes y lógicas. A mí
siempre me repelió; prefería no tener que enfrentarme
con cuanto de allí me habían contado; se cuenta
y no se para, y sé positivamente que no se cuenta todo.
La desbandada de personas, de medios, de atenciones, de previsiones,
que se vuelca sobre una casa cuando va el Padre a ella, es
también un tema que necesariamente ha de entrar en
el concepto de pobreza que se tiene en la Obra. Dicen que
es cariño. Los que quieran a sus propios hijos, a hermanos
o amigos de la misma manera no pueden darles nada semejante.
La pobreza del Padre se justifica en su habitación
pequeña (la de Roma). El Padre (cuentan) se desayunaba
en París, en los primeros tiempos, en una taza sin
asa. Fue el último que tuvo colcha en la cama cuando
hubo para ponerlas. Unos tiempos difíciles fueron,
pero distan mucho de lo que son ahora. Una pobreza que realmente
empezó así; empezó careciendo de muchas
cosas, teniendo que vivir hombres muy hombres, profesionales
ya, en habitaciones de literas; mujeres muy mujeres sin más
que cocinar que mucha harina y viviendo en las porterías
de las casas residenciales que se iban adquiriendo para los
varones. Unos tiempos difíciles que pasaron y pasaron,
cabría decir, al extremo opuesto.
Han pasado, por ejemplo, de poner lo mejor en las salas de
visita de sus distintas casas, para tener ante los demás
una apariencia digna y secular, aunque dentro se careciera
de todo, a que "las salas de visita deban parecer austeras,
al margen del tono que luego se les quiera dar a las casas,
para no escandalizar fácilmente", en palabras
de uno de los consiliarios de la Obra, muy bien considerado.
Parecer como en unos tiempos que ya no son: eso que fue la
pobreza en la Obra.
¿Cuánto costó a la Obra el título
del Padre de "Marqués
de Peralta"? Porque no pudo ser sino a la Obra. No
lo sé. Sólo sé que fuimos muchos los
que para salir de la situación tuvimos que argumentar
muchas razones "convincentes", explicando lo que
era totalmente inexplicable para nosotros mismos. Razones
como la de que lo hacía por "detalle para su hermano";
o la de que "era una manera de hacer justicia a la honra
del Padre que tan maltratada había quedado en toda
su lucha por hacer la Obra". ¿Cómo no pudo
el Padre convencer precisamente a su hermano de que la Obra
era primero que él y de que tal asunto no le iba a
beneficiar nada como no le benefició? La familia del
Padre, dirán, lo había dado todo a la Obra.
Yo diría que lo que dio fue, como tantas otras familias
a su hijo, sin que su hijo dejara nunca de atenderlos a ellos.
Un título como necesidad y deber de correspondencia
con los suyos, a pesar de los pesares. Un título como
necesidad de justicia a una honra, la del Padre, sin que la
de tantos otros cuente.
Cripta especial (y con privilegio) para los restos de los
abuelos, como se llama en la Obra a los padres de Monseñor,
en una de las casas más céntricas de la Asociación
en Madrid. Pinturas al óleo, regias y con aires aristócratas,
que plasman no sólo al Padre, sino a sus antepasados.
Auténticos alardes de grandeza, para una familia de
procedencia sencilla.
¿A qué todo eso? ¿Acaso hay que seguir
llamándole pobreza? Yo llegué a creerme el origen
noble, tremendamente noble de Monseñor Escrivá,
como a más de uno le pasa, cuando sólo se enteran
de lo que dentro cuentan. Y me he llegado a preguntar ¿qué
diría, por ejemplo, San Francisco Javier de todo esto?
No como jesuita sino como noble y santo.
Del Padre son unas palabras que dicen: "Señor,
si tú no quieres mi honra, ¿yo para qué
la quiero?" Y sigue diciendo que él "no quiere
encaramarse en la tierra sino en el cielo". ¿Qué
clase de coherencia puede haber entre lo que dice y los hechos?
Como razón de pobreza, me decía una asociada
estando yo fuera, tú sabes que las casas de retiro
son deficitarias. Sí, claro que lo sé. Como
sé que para cubrir esos déficits hay un patronato
detrás de cada una de ellas compuesto de personas que
deben ser generosas en sus aportaciones por devoción
a la Obra. De la misma manera que sé que ese déficit
está producido, provocado diría yo, por el tono
y clases de atenciones que en tales casas se imponen; y por
lo mal llevadas que suelen estar las administraciones: personas
inexpertas, derrochadoras, incapaces profesionalmente.
Otra razón de las que dan como demostración
de pobreza es la cuenta de gastos. Consiste en apuntar en
una nota lo que una gasta, por poco que sea, y entregarla
a la directora mensualmente. ¿Acaso (argumentan) no
es un sistema duro y exigente de pobreza? Cuando se está
dentro casi se cree; pero cuando, ya fuera, se mira alrededor
y se contemplan las exigencias reales de la pobreza, ¿cómo
es posible, cómo es posible que eso sea a lo que llamen
pobreza?
En la Obra, las cosas, las casas, todo debe estar a nombre
de alguien. Un coche, por ejemplo, se compra para una casa
y no hay inconveniente en ponerlo a nombre de alguna de las
que viven en ella: para que jurídicamente nada tenga
que ver con la Obra. Aunque hacen firmar a la vez que la documentación
del mismo (me pasó a mí concretamente) un vendí,
que queda,.sin fecha, en poder de las directoras.
Somos muchos los que estamos fuera, y conocemos el sistema.
Un sistema que nadie nunca nos dijo que tuviera que ser secreto.
Lo demuestra incluso una entrevista publicada en "Actualidad
Económica" (octubre del 74) de Rosa María
Echevarría con López Rodó. En la citada
entrevista el propio López Rodó asegura ser
uno de los mayores accionistas de "Nuevo Diario".
"La Obra no tiene nada." "Ninguno de los instrumentos
de apostolado que tiene la Obra son suyos." Los socios,
junto con algunos amigos más, son los propietarios
de las acciones. Pero a la vez esos socios no pueden tener
nada de ellos; ceden a la Obra todos sus bienes, o conservándolos
a su nombre han de ceder su administración, uso y usufructo
a quienes los directores de la Obra determinen, necesitando
permiso expreso del padre para cada disposición, firma
o intervención del propio interesado sobre dichos bienes.
¿Qué pasa entonces? Pasa que esos bienes son
de los socios, que a la vez todo lo que tienen los socios
es de la Obra; "no son da la Obra", insisten; entonces
¿de quién son?: colegios, casas, residencias,
revistas, editoriales.
Son jurídicamente de entidades ajenas a la Obra, pero
constituidas éstas por las aportaciones de sus socios,
amigos y cooperadores, para "hacer" precisamente
de la Obra.
En la Obra (decía), sus socios lo primero que han
de tener es una carrera universitaria para ser numerarios;
las numerarias una profesión y algunos estudios. Profesionales,
por lo tanto, que pueden llegar a ganar normalmente una media
de 50.000 a 100.000 pesetas al mes, como tantos otros de su
estilo. Supongamos que en la sección de mujeres sea
la mitad. Únicamente en Madrid puede haber más
de 40 casas de numerarios, en las que viven de 10 a 12 de
ellos (sólo varones); suponiendo que la tercera parte
de lo que ganan les sea necesario para mantenerse (al plan
que se mantiene); el resto es aportación a la Obra.
¿Herencias? ¿Qué decir de las herencias?
Lógicamente son el resultado de la misma mentalización
que hay en todo. Cada persona de la Obra ha de hacer testamento
antes de su incorporación definitiva a la Asociación;
si quieren antes, mejor, y pueden dejar su patrimonio a quien
libremente deseen, pero previamente mentalizados en la prioridad
que la Obra debe tener para ellos. En la Obra se sabe muy
bien a qué personas se busca, y se cultiva su amistad...,
cuando se sabe de su capital, de sus joyas, etc. Y así
como importa que una persona sea inteligente y capaz si no
es rica, no importa nada que si es rica sea más tonta.
Con que cada uno de los 70.000 miembros que se asegura son
aportara 1.000 pesetas al mes, o, lo que es igual, 2.000 pesetas
45.000 socios; 4.000 pesetas 22.500 socios; 8.000 pesetas
11.250 socios, resultaría una aportación de
840.000.000 al año netos.
¿Que todo se gasta en cuestiones apostólicas?,
sí, lo acepto, pero al estilo de la Obra, a un estilo
que son muy dueños de tenerlo llamándole a las
cosas por su nombre: abundancia, riqueza y no pobreza ni nada
semejante.
En cualquier familia aportan uno o dos de ella (padre y alguno
más) y tiene que dar para mantener a 7 u 8 miembros
más de la misma. En la Obra, las clases pasivas son
el 2 % de sacerdotes (según dice Monseñor),
unos cuantos enfermos, y muy pocos viejos; la Obra es joven,
además de que será difícil que sean muchos
los que lleguen a edades avanzadas. Los muy jóvenes,
hasta que no se ganan la vida, ha de mantenerlos su propia
familia, y si no es así no pueden ser de la Obra.
Por aquello de que cada uno ha de mantenerse y aportar, las
diferencias entre las distintas casas de los mismos socios
de la Obra son enormes. Hay casas (de profesionales importantes)
donde el nivel es superdesahogado; mientras que en otras (de
estudiantes o chicas de profesiones mediocres) lo pasan francamente
mal. En la Obra todos forman una sola familia, que no impide
que vivan como si fueran de las más dispares y ajenas.
Profesionales que, por motivos de "naturalidad",
"eficacia", etc., deben "participar",
"aparentar", como los que "más".
Especialmente ellos, las mujeres mucho menos, y siempre bastante
más controladas.
Y así, y en razón de todas estas cosas, como
consecuencia de ellas decía, ¡cuánto afán
de grandeza, cuánta necesidad de exquisitez de clase,
y de... necesidades simplificadamente -complicadas inconscientemente-
rebuscadas!
Ordenados y exigentes por pobreza también, hasta el
punto de cumplir meticulosamente con su deber, pero con el
suyo, a base de rígida indiferencia, una total abstracción
sobre las preocupaciones de los demás, convencidos
de que lo suyo y únicamente lo suyo es siempre especialmente
importante.
No entiendo yo que sea la miseria lo que vale como pobreza,
no. El ejemplo de Cristo nos habla de una vida, la suya, capaz
de asumir todas las clases sociales: nace en Belén
sin nada, y no creo precisamente por buscar la cueva por la
cueva; nace en un pesebre, a la intemperie, como consecuencia
de algo tan natural como lo es, ahora también, una
aglomeración de gente, un desplazamiento en masa por
un edicto del César que hizo insuficientes las posadas
para tantos peregrinos; por aquellos alrededores debía
de haber más de uno y de dos en el mismo caso. Dios
lo quiso así. Pero Dios quiso algo que está
por encima de las apariencias y de la misma desnudez de la
cueva. Cristo aceptó ante todo la voluntad del Padre,
asumiendo la impotencia y la sumisión a los imponderables
de la vida humana. Vivió luego como un artesano; lo
que en su época suponía la clase media acomodada.
La palabra pobre en el léxico común de los judíos
de entonces significaba, se decía, de aquellos que
sólo realizaban tareas agrarias y que por ello se mantenían
más al margen de la cultura y de otras actividades
mejor consideradas; por lo que se los tenia en menos, ganaban
menos, y de hecho, socialmente hablando, estaban por debajo
de las clase artesanas y de los saduceos (aristócratas);
pero sin que por ello fuesen desharrapados ni vagabundos,
como a veces parece que se quiere entender la pobreza. Cristo
vive y convive mezclado con los de más dinero; los
de menos, con los agricultores y los pescadores (éstos
de clase media baja). Con Pedro, que era pescador; con Mateo,
que era recaudador; con los novios de Canaán, con el
rico Zaqueo; con los leprosos, con todos. Sin perder su porte
y su estilo, sin dárselas de nada. Su túnica
era de tal categoría, que a la hora de repartir sus
vestiduras, junto a la Cruz, no quisieron partirla, se la
sortearon. Se entierra en un sepulcro rico, en un sepulcro
sin estrenar, escarpado en la roca viva. Y es que todos los
sitios son buenos en todas las situaciones de la vida; en
todas partes se puede vivir y se deben vivir las Bienaventuranzas.
Jesús dijo: "Pobre del rico que pone sus esperanzas
en el dinero"; no pobre del que es rico, que no es ningún
pecado, sino del que vive para ello. Sobre pobreza podríamos
exponer una larga tesis. No es un tema fácil. Pero
la pobreza, como todo en cristiano, vale lo que valga el fin
que la mueve, las miras que tenga. Nunca la miseria por la
miseria. Hay pobres ricos (avaros, ambiciosos y egoístas)
y ricos miserables. Miserables de espíritu de virtudes,
de obras, de categoría humana. Hay quien necesita comida
y ropa, y parece que sólo ésos son los pobres;
y hay quien necesita dos dedos de frente para no malgastar
toda una vida. Hay quien no tiene piernas, y nos dan pena
(es lógico), pero hay quien tiene el alma paralizada
y reseca, que es mucho más doloroso, y no se tiene
tan en cuenta.
No es miseria la pobreza, no, no tiene por qué serlo;
pero tampoco es, ni puede considerarse cristiano, a título
de pobreza, el despilfarro de la Obra. Sé lo que digo,
y no hablo de memoria; no uso una palabra a voleo, sino la
única que creo que significa lo que pretendo expresar.
No es ni puede ser por espiritualista opulencia. Trascendente
sí, sobrenatural, pero humana y también real.
Pobre, realmente pobre, ¿no lo será mis bien
el que más da que el que menos tiene, el que más
ayuda, el más desprendido de su propio egoísmo
y de sus propias necesidades, ese que sabe pensar "tanto
en los demás como en sí mismo", o lo que
es igual "el que sabe amar al prójimo como a sí
mismo"? ¡Personal y libremente!, con lo que cada
uno tiene, porque lo tiene, y según tenga; con sentido
responsable de una administración de bienes que le
ha sido confiada para la gloria de Dios (a Dios sobre todas
las cosas) y el bien de todos. ¡Es la gran diferencia!,
del cristianismo con otras teorías, marxistas, ¡la
personal y libre responsabilidad! la dignidad de una individualidad
que le cabe la honra de dar y de recibir, de recibir y de
dar, mediante la puesta en juego de los más altos valores
humanos. No creo en la igualdad, siempre he preferido la proporcionalidad.
Lo encuentro mucho más humano y mucho más divino.
Buena prueba de ello es que en la propia naturaleza se dan
las margaritas y las magnolias, los astros y las arenas.
¿Es un motivo de pobreza pedir?, ¿es más
real si se pide? ¿Se trata de pedir porque los que
piden son los pobres? si por pedir se entiende promover, estimular,
el derecho y el deber de que las necesidades de la Iglesia
sean atendidas por los suyos, yo diría que es todo
un deber. Pedir para sus apostolados, para sus parroquias,
para sus ministros, para hacerla eficaz y digna, humanamente
también. Los católicos son los que con su generosidad
y su desprendimiento personal deben compartir con el necesitado,
y atender a un culto divino, que como en lo humano, en el
único amor de que los hombres somos capaces, hay necesidad
de flores, y de luces, y de esplendor, sencillamente porque
Él se lo merece todo, todo lo que en la tierra nos
vale para demostrar a alguien que le queremos; además
de que si son medios humanos que estimulan el fervor, y el
corazón, junto con la cabeza, como en el amor humano
para con Dios ¡vale la pena! Es importante dar de comer
al hambriento, pero no menos importante (bastante más
eterno) alimentar al hambriento del alma. Dar, ayudar, pedir,
estimular; hacer la Iglesia.
En la Obra se pide, se exprime a las familias de los socios,
a los amigos, a todo el que se acerca. Se pide para fiestas
de los colegios; se organizan desfiles de moda para conseguir
dinero, por ejemplo, para un club de bachilleres al que sólo
asisten niñas de familias acomodadas. Se pide para
muchas cosas; a la vez que se ignoran otras muchas a mi entender
bastante más vitales.
A un carnicero que servía a un colegio, obra corporativa
del Opus Dei, le enseñaron una vez, como prueba de
acogida y cordialidad, todas las instalaciones de cocina del
mismo, y le preguntaron si le gustaban. Contestó que
era "una maravilla, pero una pena al lado de la cantidad
de puestos escolares que otros no tienen y que se podrían
haber conseguido con unas instalaciones más sencillas
para la cocina".
Otra vez era una numeraria auxiliar (asociada de la Obra,
empleada del hogar) la que me decía: "Señorita,
en mi casa, cuando mi padre estaba enfermo (eran siete hermanos
y una familia muy sencilla), para ponerle un filete teníamos
que comer todos los demás aquel día sólo
pan, y aquí.. " Esa chica se refería a
las exigencias que hay en la Obra respecto a las comidas.
"¿Pobreza esto, señorita?", acababa
comentando la pobre chica.
Hay en la Obra una fórmula para ayudar económicamente
a las familias de los socios o asociadas que lo necesitan.
Para ello, ante todo, hay que dejar muy claro que no es la
propia interesada la que los ayuda (con su trabajo y el propio
rendimiento de su esfuerzo), es la Obra y sólo la Obra.
Con tal exhaustividad de trámites y de requisitos que
nadie las usará salvo en casos extremos.
Dicen, dentro, que tanto ama el Padre la pobreza, que sus
indicaciones son especialmente abundantes. Quizá sea
cierto. Es verdad que las hay, pero sin impedir para nada,
sin cambiar en nada todo este contexto de cosas.
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