LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
DISCRECIÓN
La discreción en la Obra es como la antesala y la
salva-guarda de la unidad. "Cuidado -dicen-, que puede
que no se entienda, que haga daño." "La gente
no está- preparada", siguen argumentando. Por
eso en la Obra se insiste en la necesidad de ser discreto.
De decir las cosas de una manera especial; de ocultar y disimular
(cuando conviene).
La verdad en la Obra lo mismo se dice que se oculta. Igual
hay que callar. "Callar y rezar", "no comentar,
no decir, no razonar", que hay que explicar una cosa
por otra (una cosa adaptada y enfocada de muy determinada
manera) para bien de la Obra.
"Porque no están preparados", "porque
no lo entenderían bien"... Porque no lo interpretarían
(puede ser más objetivo) tal y como en la Obra se desea
y se pretende, para su propio prestigio. ¿Acaso tanta
prevención no es más bien lo que hace que tantas
veces no haya quien lo entienda?
La discreción impone en la Obra el ejercicio constante
de restricciones mentales; hay que evitar "interpretaciones"
; y hay que hacer tantas cosas de este tipo, que, sin darse
cuenta, uno acaba diciendo una cosa por otra, confundiendo,
mintiendo, como lo más natural. Como algo que incluso
suena a virtud; "la virtud" de vivir un cuidado
ejemplar del bien aparecer de la Asociación.
Discreción que consideran como un derecho a la intimidad,
que se convierte en no tener que dar explicaciones a nadie,
o en no tener que dejar a la gente entrar en las casas de
la Obra más allá (le la zona prescrita, etc.
Dicen que porque cualquier familia corriente actúa
así; cualquier familia vive y hace dentro de su casa
lo que quiere, sin más explicaciones a nadie, y no
tiene por qué dejar a cualquiera que curiosee su intimidad.
Sí, todo esto es verdad; cualquier familia puede que
actúe de esa manera; aunque en la mayoría de
las casas a toda persona conocida se la trata con muchas menos
reservas que como se hace en las casas de la Obra. Cualquier
familia no tiene ninguna misión específica de
apostolado ni de dedicación a todos (por vocación)
como parece que sea el caso de los de la Obra. Ninguna familia
tiene su casa para "hacer labor apostólica"
y en la Obra sí que aseguran que se tiene para eso.
De ahí que la comparación resulta poco adecuada,
además de poco exacta.
Reservas, misterios los hay. Los hay constantemente en la
Obra; los hay con los de fuera, y los hay con los mismos de
dentro. Hay necesidad de discreción peculiarísima.
Constantemente renovada y recordada en notas y normas bajo
deber de buen espíritu. Faltar a ella es dejarse envolver
en la tentación más diabólica: la falta
de unidad. Discreción y unidad, en la Obra, van de
la mano, son preámbulo la una de la otra.
Discreción se considera la exhaustiva separación
entre las dos secciones, discreción los miles de normas
que tener en cuenta de cara a los sacerdotes, discreción
entre las mismas numerarias hasta el límite de no poder
hablar entre sí sino de pájaros y flores.
Cuando se va de una ciudad, de una casa, o deja de vivirse
con una persona, esa casa, esa ciudad y esas personas deben
ser un pasado que "ni ocupe ni preocupe", algo ajeno
e indiferente. Quizá sea una manera de evitar grupos
inconvenientes, motivos de pérdidas dc tiempo, etc.
Pero creo que también es una normativa demasiado poco
natural para poder ser secular.
No es discreto que las asociadas se comuniquen o se "traten"
más allá de las relaciones establecidas y acordadas
por las directoras en cada caso. Se saludan, se conocen, se
sienten hermanas, y cabe la posibilidad de cierta algarabía
en determinados encuentros programados por la propia Asociación
(con motivo de cursos, o de reuniones internas), pero no cabe
más, no debe existir ninguna otra clase de conexión
ni de interés de unas con las otras.
La Obra no tiene secretos, aseguran. Pero establece todos
esos sistemas de discreción y limita las relaciones
ordinarias entre las personas hasta extremos como los expuestos.
De las mismas que se ha de considerar que son propias hermanas,
con las que ha habido que compartir faenas duras, cuesta saber
lo mismo dónde están que si están enfermas
o sanas, etc.
Cuando una persona se va de la Obra, la discreción
"se extrema". Las que lo saben, incluso disimulan
haciendo entender que están en otra ciudad. Si a alguna
se le ocurre comentar, más o menos en público,
algo agradable de la que se fue, se le hace la corrección
fraterna y se le aconseja que no aluda a ella. Nunca se comunica
ni se debe enterar nadie de los que se salen. A mí,
por ejemplo, me decían estando dentro que ningún
sacerdote se había salido de la Obra; luego, ya fuera,
me he enterado de 16 conocidos, aparte de los que haya desconocidos.
La labor de administración de las casas de la Obra
-trabajos internos de atención y dedicación
a las tareas del hogar- que quiere erigirse en natural y secular,
"por discreción" se convierte en algo desafiantemente
conventual.
Siempre he sido partidaria de esas tareas, creo en la necesidad
y eficacia de la solicitud femenina para las cosas de la casa,
en esa maravillosa posibilidad de hacer hogar (familia) empleándose
en ello. En la Obra hubiera sido administradora toda la vida,
bien a gusto, si ese intento con sentido secular hubiera sido
posible. Trabajé y bregué (encantada) con la
esperanza de conseguirlo. Pero estrellándome, una vez
y otra y otra, en su necesidad de servilismos, señoritismos,
de aislamientos enclaustrantes, sin horizontes de solución.
Exigencia de trabajos perfeccionistas inexplicables, o discreciones
acogotantes que acaban convirtiendo una labor bonita (esa
de la administración) en la más aborrecida incluso
para las mismas asociadas. Se define como eje y fundamento
de la vida familiar, a la vez que se le proclama trabajo profesional
y se le condiciona a cursos y estudios que se convierten en
carrera universitaria. Hoy por hoy son estudios sólo
internos, erigidos en Facultad de Ciencias 'Domésticas
-era su primer nombre, ahora tiene otro más largo y
complicado-, anexa quizá a la Universidad de Navarra.
No lo sé con seguridad, y no es extraño; en
la Obra se hacen las cosas así, se llevan "con
mucha discreción", tanta que ni las propias organizadoras
o participantes saben de qué se trata. Una participa,
aquello existe, y no hace falta más. Estudios que se
han organizado con toda clase de requisitos, centros adecuados,
profesorado con dedicación exclusiva, exámenes,
etc., aunque de momento sólo cuentan como curriculum
personal interno.
Nunca llegué a entender si con el carácter
de profesión se pretende defender la familia, o si
con el de la familia se pretende revalorizar la profesión.
La administración en la Obra es, dicen, un servicio
discreto por excelencia. Es estar siempre a lo que cualquier
administrado necesite de las personas que administra, sin
que nunca se sepa quién pide ni quién da. Pero
dando con toda prontitud, con el máximo detalle, espléndidamente,
teniendo todo siempre a punto, cuidado, perfecto. "Como
en cualquier familia", argumentan; yo diría que
en cualquier familia, en el siglo XX, se vive con muchos menos
requisitos, menos servicio y menos exigencias.
La administración, así, a pesar del aire de
solicitud familiar que se le quiere dar, se reduce a un sinfín
de innecesarias necesidades -rebuscadas y mentalizadas-, de
lo más complejas, profesionales a la vez que familiares,
familiares a la vez que profesionales. Difícil mezcla,
en la que cabe sacrificar todo lo sacrificable. Se sacrifica
la profesión si se trata de acentuar la "familia"
y se sacrifica la familia si se trata de "acentuar la
profesionalidad".
Un buen número de numerarias y de numerarias auxiliares
(empleadas del hogar de la Obra) se dedican de esa manera
a servir a los que su profesión les requiere para trabajos
distintos. Con formas que seguirán siendo las mejores
para dar y para pedir, y para dar, casi diría que las
formas desaparecen, no hacen falta, cada uno sabe que puede
pedirlo todo, como la que ha de servir sabe que todo lo debe
aceptar y realizar sin rechistar. Es problema de fidelidad,
y problema de discreción. "La buena administración
ni se ve ni se oye", dice el Padre; actúa, hace,
sirve.
Se realizan esas tareas desde casas anexas pero separadas,
incomunicadas por puertas cerradas con llave que custodian
sólo el director y la directora. Comunicándose
por medio dc un telefonillo interior (también de director
a directora) que será como se prevea el lugar y hora
para tener preparada, dispuesta, a punto, cada cosa: limpieza,
comedor, ropa... La discreción -en este caso separación-
impone que los socios de distintos sexos no se vean para nada.
Pero sí se solicita y se pide y se exige todo lo que
se quiera. Entre mujeres también existe este sistema
de administración, aunque con una separación
menos rígida por tratarse de sexos iguales. Igual para
casas grandes que para casas pequeñas, adecuadamente
proporcional en cuanto al número de personas que han
de ser atendidas; atendidas ampliamente; a modo de ejemplo,
para una casa de ocho numerarios, suele haber en la administración
tres empleadas y una numeraria.
En la Obra, a base de todas estas cosas, se vive francamente
bien. Hay muchas cosas agradables. Agradables en su forma
si no fuera por lo inconsecuente de su contenido. Agradable
la cantidad de requisitos que se cuidan, agradable la misma
discreción. Se vive bien, muy bien, especialmente los
hombres.
Hombres dedicados a un trabajo, a una profesión, que
según el Padre es razón suficiente para que
no les falte nada, para que no puedan echar de menos nada
de lo que tengan otros, asegurándoles de esa manera
su propia fidelidad, imposibilitando a que puedan desear algo
que no tengan dentro de la Obra.
Hombres que viven en grupos de siete a doce, con una administración
a su servicio, maravillosamente atendidos, sin el menor incordio
-la buena administración, como decía, "¡ni
se ve ni se oye!"-, con plena dedicación y disponibilidad
para lo suyo. Cuántos hombres, cuántos padres
de familia, darían algo por contar con todo este sistema:
todo a punto, todo perfecto, a pedir de boca, y sin tener
que entenderse con nadie; sin encontrarse siquiera con un
cacharro de limpieza por medio (se hace sin que ellos estén);
sin enredos de hijos; hasta sin preocupaciones de mujer. Ya
sé que exagero; no sólo es eso lo que cuenta
en la vida; pero creo que cuenta bastante.
En el caso de las mujeres es distinto. Se ha de vivir todo
igual, y de hecho todo ha de ser igual de selecto. Pero ellas
son las que lo trabajan, ellas las que sirven. No tienen la
compensación de unos hijos, ni la ayuda de un marido;
pero sí tienen el incordio de tantos hombres que, pidiendo
y necesitando, equivalen a muchos maridos y muchos hijos.
Administraciones llenas de personas, superabundantes medios;
pero en las que siempre son mayores las exigencias. Siempre
es poco lo que se haga, siempre se ha de estar absorbida (es
necesidad de buen espíritu), siempre dando más
y llegando a más. Realmente no es fácil de explicar,
ni de entender. Dice Monseñor que "basta con la
mujer que sea discreta". Porque la Obra necesita de toda
esta discreción y de todo este servicio. Necesita este
tono, este sistema de vida que su fundador ha querido para
ella. Aunque además no sea la realidad de esa labor
la mejor manera de dar a entender la Obra como su fundador
quiere que se la entienda.
Discreción es también en la Obra, por ejemplo,
tener unas canciones propias, hechas por personas de la Obra,
alusivas a ideas del Padre, a detalles de la espiritualidad
peculiar de la Asociación, que nadie más, que
no sea de la Obra, debe conocer; únicamente deben cantarse
entre los socios numerarios y los agregados; los supernumerarios
no deben aprenderlas, sólo conocerlas (quizá
para evitar que "se les escapen"). Canciones con
aires populares; unas espirituales, otras profanas; entrañables
todas. Nada tiene de particular que las haya; lo extraño
no es que existan, ni que haya quien las componga, ni que
al Padre le gusten y que todos las canten con entusiasmo,
que se inculquen, que se enseñen. Lo extraño,
lo chocante, es que tengan que ser secretas, "que nadie
más las oiga"; y si las oyen (alguna vez en fiestas
o reuniones en que haya gente de la calle, previamente seleccionada
y expresamente invitada) hay que recurrir a todos los medios
para que nadie las aprenda.
La Obra tiene un saludo establecido, "Pax", al
que se contesta "in aeternum", que no debe usarse
delante de nadie que no sea de la Asociación; lo usan
sólo entre ellos. También por discreción.
Tienen imprenta propia -en la casa de Roma- para sus propias
publicaciones (cartas del Padre, instrucciones internas, revistas).
Publicaciones de "calidad especialmente cuidada",
pero también exclusivamente internas.
Tienen muchas peculiaridades que debe evitarse trasciendan.
Y de esa manera se evita, se crea en los socios un pudor tan
especial que, de una manera incluso inconsciente, los hace
personas cargadas de reservas, de secretos, de disimulos con
la mayor naturalidad.
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