LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
OBEDIENCIA
La obediencia que en la Obra cuenta como instituida, es secular
y responsable. Nada obliga teóricamente. Ha de ser
(teorizan) una obediencia inteligente y racional, que debe,
sin embargo, componerse de cumplir al pie de la letra aquello
que indiquen, con la convicción de que es lo único
realmente bueno. Compaginando toda su secularidad y racionalidad,
con el constante "entender no es necesario", "razonar
no cuenta", "la conciencia personal es mala consejera"
y "todo lo que manden es únicamente la voluntad
de Dios", etc.
Se escribe, se publica, se asegura que en la Obra no hay
obligaciones, no se exigen votos. A la vez que insiste el
fundador, y lo hace sin dificultad, de decir las dos cosas
simultáneamente, "en la Obra, obedecer o marcharse".
Obediencia (insisten) "sólo para lo sobrenatural".
Sólo en relación con la vida interior de los
socios.
Para estimular a sus hijos en la obediencia, gusta a Monseñor
glosar aquel pasaje del Evangelio en el que Jesús,
desde la orilla, indica a sus discípulos, que habían
estado toda una noche sin pescar nada, que echen la red a
la derecha; a ellos, que eran hombres de mar, curtidos; a
ellOS con toda su experiencia profesional sobre pesca y peces.
Y, sin embargo, porque se fiaron de su palabra "se les
llenó la red, y no podían con la carga".
Enseñanza maravillosa del Maestro sobre obediencia
y sus consecuencias. Pero obediencia a Cristo, a su doctrina.
Aplicar a la Obra, a su aspecto más humano, al querer
y al sentir del Padre, esa misma norma, pretendiendo situar
en el mismo plano de acogida obediente cualquier indicación
suya, me parece demasiado pretender. Sin embargo, en la Obra
es un tipo muy usado de pretensión. Podían ser
muchos los ejemplos. Otro y muy significativo es el del "fiat"
de la Virgen; enseñan que la obediencia debe vivirse
con un "fiat" incondicional a todo lo que venga
del Padre, a todo lo que sea una directriz de la Obra, como
la Virgen. Pero no como Ella a la voluntad de Dios, evangélica;
sino a las insinuaciones, a los más insignificantes
deseos de Monseñor Escrivá.
El propio Padre asegura que la obediencia en la Obra no tiene
que ser ciega, dice que tiene que ser inteligente. Pero que
en la práctica ha de atenerse a la "ciega y total
convicción" de que obedecer es pasarlo todo por
la mente y por el corazón del Fundador; ver, querer,
entender... Lo que entiende él, quiere él, lo
que ve él.
Para destinar una persona a un país distinto al suyo,
por ejemplo, se le consulta si quiere o no, dando a entender
con ello que cada uno es libre de aceptar o no aceptar. También
se dice que es así como se actúa con relación
al trabajo profesional, al encargo apostólico, etc.
Pero o a todo se dice que sí, y parece todo maravilloso,
o tienes mal espíritu. En cuanto al trabajo profesional,
debe ejercerse donde a la Obra más le convenga; ampliarlos
reducirlo o renunciar a su ejercicio, según los directores
indiquen.
¿Motivos de obediencia en la Obra? Todo.
Repetir al pie de la letra lo que el Padre dice. Hacer cada
uno la oración, la lectura, etc., como establezcan
en la charla semanal. Acoger incondicionalmente toda indicación
de los directores. Leer o no leer, según dispongan.
Opinar o no opinar sobre cada tema como los directores digan,
etc. Consejos y consultas en constante ejercicio como necesaria
materia de obediencia. Obediencia, atenta, "delicada",
sólo así es posible en la Obra tener su espíritu,
todo lo que no sea eso es diabólico, es soberbia.
Para todo tipo de decisión se debe "consultar".
Las personas definitivamente incorporadas a la Asociación
se obligan previamente bajo deber jurado, como garantía
de fidelidad. Consultar será siempre oír el
"consejo" que dan, para, por obediencia, seguirlo
exactamente, actuando luego como si fuese decisión
propia, "sin achacarlo a los directores", insisten;
aunque, paradójicamente, los directores sean los que
han decidido.
Las iniciativas de las personas valen en cuanto sean divertidas,
ingenuas y manejables; aprovechando esas ocasiones para avalar
y defender en ellas una "variedad y libertad" sólo
y exclusivamente aparente.
Iniciativas que, el Padre, a veces acepta, acepta colaboradores
a su lado que son muchas veces aportaciones estupendas, el
Padre sabe bien de quién se rodea; pero lo serán
únicamente de una forma anónima, utilizada,
pasada, por el "crisol" de su propio criterio.
Obediencia en cristiano creo yo que debe ser la más
abierta y total disponibilidad a la voluntad de Dios, a la
que debemos acatamiento y sumisión; yo diría
más bien veneración, cariño. Obedecer
es exigirse; es estar por encima de anárquicos caprichos,
de ganas o desganas. Nunca la "gana" fue norma de
conducta para nadie que se precie de una consecuente sensatez.
El Evangelio dice que "el reino de los cielos es de los
que se hacen violencia". De los que saben contar con
los demás, de los que cumplen las reglas de juego.
Violencia en la que van a quedar definidos precisamente los
diversos estilos de obedecer, que a grandes rasgos podríamos
encuadrar en dos grupos; el estilo religioso y el estilo secular.
Los dos para una sola obediencia, idéntica en su núcleo
fundamental, pero diversa en sus formas. El médico
como médico, el jurista como jurista. La monja como
persona consagrada. Al seglar como al cristiano de la calle.
Una elección en la que cada uno debe buscar lo que
más le ayude a vivir los planes divinos, por eso a
unos servirá renunciar al libre manejo de sí
mismo, para encontrar la ayuda del mandato del de más
arriba (obediencia religiosa); y otros verán la eficacia
de su vida en una obediencia que corre con las consecuencias
de una actuación por sí misma (obediencia secular).
Cada uno es muy libre de elegir el Carmelo, o el Opus Dei,
o el matrimonio; lo que mejor crea. Pero en cada una de esas
elecciones lógicamente irá implicada una clase
de obediencia. Por eso no puede ser igual obediencia la de
la Obra que la de un cartujo o una jerónima.
Nada más lejos de mí que minorizar la obediencia.
Por el contrario, venero y proclamo como virtud sin paliativos
la obediencia. Una obediencia consecuente y trascendente,
pero no una obediencia que se confunda con mimetismos. Como
no creo tampoco que se pueda llamar secular a una obediencia
personalizada que se impone por sistema.
Obedecer a Cristo mismo en su Magisterio, Magisterio de institución
divina, es para un cristiano materia ordinaria de obediencia,
la única manera de conectar con los designios de Dios.
Ante nuestra pequeñez humana, nuestra personal insuficiencia,
Dios, que lo sabe, nos brinda esa Iglesia suya, los medios,
la manera. Unos mandamientos, unos dogmas, una ética
a tono con la grandeza y la magnificencia de Dios mismo; trascendente
como la misma Iglesia; a pesar y además de todas las
dificultades que la propia actuación de los hombres
le aportan. Obedecer es todo eso.
Obedecer para una religiosa será lo mismo más
las reglas de su orden. Para un cristiano secular la obediencia
no puede ser otra que la de su propia condición de
cristiano.
Así como nadie podrá ni deberá nunca
disculparse en otra persona dc la responsabilidad de haber
faltado a su propia obediencia, nadie, en honor a la verdad
misma, podrá erigirse personalmente en regla o medida
de obediencia para nadie.
En el estilo religioso serán sus propias reglas las
que se erijan (le antemano elegidas por sus miembros. Se erigirá
un criterio superior que va implícito en la elección
de cada uno para una entrega personal a través de esa
clase de obediencia, como mejor y más íntima
exigencia. Secularmente no hay más renuncia, no debe
haberla, que la que resulta del hecho de ser cristianos. Es
la única que cabe, que debería ser, por lo tanto,
la obediencia de la Obra. Una obediencia a ciegas, una obediencia
incluso en lo opinable. ¿Obedecer o marcharse? ¿Qué
clase dc obediencia secular cabe que sea ésta?
Se cuenta en la Obra, como anécdota ejemplar, que
estando una vez el Padre de tertulia con un grupo de numerarios
en la casa de Roma, mandó a uno de aquellos chicos
a comprar helados para todos, y le dijo que, al salir, se
echara la llave en el bolsillo para entrar al volver. El chico
lo entendió, pero vio que había portera, justamente
en el mismo vestíbulo, y pensó que no necesitaba
la llave. Al volver tocó el timbre y entró en
seguida. Pero el Padre, que le oyó, nada más
entrar en la sala donde estaba, le dijo: "Hijo mío,
tú y yo no nos entenderemos nunca." Aquel chico
tenía que haber cogido la llave sin interpretar. Para
el Padre entenderse con sus hijos necesita esa clase de docilidad.
Así es como hay que obedecer en la Obra. Es una anécdota
sólo, hay muchas más, pero creo que ésta
da una idea.
No sé qué clase de obediencia será la
que conste en las Constituciones. La que predican y se teoriza
es la "secular e inteligente"; la que se exige y
se impone en la práctica, es esta otra y sólo
ésta. Total, incondicional, a ciegas.
Con miles de fórmulas para establecer las cosas, y
al mismo tiempo considerarlas espontáneas. Para exigir
que se cumplan a la letra, pero sin que eso impida que, según
a la Obra le convenga que unas veces sea así y otras
no; interpretación lógicamente a cargo de los
propios directores y sólo de ellos. O se acepta como
modelo único al Padre y se pasa todo por la obediencia,
o "no se entiende el Espíritu de la Obra".
Barrer la escalera hacia arriba puede ser un estilo de obediencia
que en la Obra se diga que no se da. Someter la propia conciencia
a lo que quieren hacer entender, porque nunca la persona es
buena consejera (así lo determinan), creo que en materia
de obediencia abarca y llega mucho más allá
que barrer hacia arriba la propia escalera.
Que a esto luego haya que llamarlo obediencia inteligente,
o lo que se quiera, es distinto. Es y a pesar de los pesares
sólo puede ser una incoherencia más entre tantas.
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