LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
APÉNDICE
Cuando escribí este libro, en su primera edición,
lo definía como una charla, conversación sobre
la marcha, sin más pretensiones de estilo. En ningún
momento me propuse la calidad de una obra literaria, sino
la autenticidad de una aportación histórica,
a través de un diálogo abierto que de esta manera
quedó iniciado, únicamente iniciado. Y que ahora,
debido a la difusión del mismo, creo que debe continuar,
cara a las distintas preguntas, argumentaciones o comentarios
que para algunos interlocutores del mismo han podido quedar
más o menos en el aire. Junto con la aportación
de quienes, espontáneamente, han querido unir sus voces,
su propia experiencia, a la confirmación de tales exposiciones.
Las razones de por qué lo escribí quedaron
ampliamente desarrolladas en todo un capítulo del mismo;
a pesar de lo cual sigue habiendo quienes insisten: ¿por
qué?
Porque he necesitado aportar mi testimonio, dado que me siento
responsablemente comprometida con la verdad, con una verdad
concreta: la de aquello que ha venido a formar parte de mi
vida y por el hecho de haberlo formado. A lo cual hay algunos
que se permiten objetar que, después de todo, una vez
que he dejado la Obra, allá ellos, a qué preocuparme
más. . . Y aunque no deja de ser en parte razonable,
hay sin embargo una razón superior (me afecte a mí
o no me afecte) que viene a ser ni más ni menos que
la razón de no consentir en atropellos en las personas
para el encumbramiento de una sola persona, por muy fundador
que sea; la razón de intentar evitar que la fe de tanta
gente de buena voluntad tenga que quedar reducida a la sola
fe ciega en Monseñor Escrivá; la razón
de advertir a otros lo que a mi me hubiera servido tanto saber,
ya que se trata de cuestiones asociativas generales.
Para algunos la postura más ejemplar parece que sea
la de sufrir y callar. Yo diría que así como
es la postura más cristiana en lo personal, deja de
serlo en cuanto las consecuencias que de ello pueden derivarse
repercuten negativamente en una colectividad y de forma general.
Puede llegar a ser también la postura más cómoda,
la más cobarde. Se trata de que el que consiente se
hace cómplice. Se trata de que así como hay
una responsabilidad de hacer el bien, hay otra, no menos importante,
de evitar males socialmente equívocos. De la misma
manera que a Dios tendremos que dar cuenta de la palabra ociosa,
no menos tendremos que dársela de callar u omitir la
palabra testimonio.
Los hay para quienes callar es el mayor servicio que cabe
hacer a los "ingenuos de buena voluntad que estarían
mejor sin saber tanto". Creo que esto es una postura
de "verdad a medias", falsa verdad, abiertamente
semejante al estilo farisaico que tanto abominaba el Maestro.
Hombres (los fariseos) que se distinguían por su "fervor
religioso", separados y prevenidos siempre contra aquellos
que consideraban menos dignos, y "fieles" cumplidores
más de la letra que de la propia Ley. Hipócritas
les llama Jesús.
Para otros: problemas de éstos ya tiene bastantes
la Iglesia, y no ven demasiado ortodoxo cargar las tintas.
Indudablemente no deja de ser un problema más; pero
uno que, si se deja, no sólo no se arregla nada, sino
que se contribuye a que vaya a más y sea cada vez peor,
más difícil.
Los hay para los que el mito del Padre les lleva a considerar
aberrante toda disidencia respecto a él; se trata de
un sacerdote, insisten; y hasta me han llegado a escribir
que, quiera yo o no quiera, es santo y será canonizado
santo.
Ni quiero ni dejo de querer. Es algo que gracias a Dios no
me compete a mí juzgar. Me encantaría poder
referirme a la Obra sin tener que hacer la más mínima
alusión a la persona de su fundador (Convencida a la
vez del interés de una auténtica biografía
sobre dicho fundador, para la que desde luego no me considero
la persona más idónea.) Lo cual creo que hubiera
sido posible si Escrivá se hubiera limitado a fundar,
a poner en manos de la Iglesia un nuevo instrumento de trabajo
apostólico, en el mejor de los casos dirigido y gobernado
por él, sometido a unas normas y a un estilo de vida
forjados por su esfuerzo, pero no encasillado en su exigente
y absorbente personalidad como razón única de
fidelidad. Y decía "en el mejor de los casos"
porque ni siquiera es necesario que un fundador sea el que
dirija su fundación: si San Francisco de Asís
se hubiera empeñado en hacerlo, posiblemente los franciscanos
no existirían. Por contraste he buscado historias de
fundadores y me ha sorprendido la diferencia de afanes en
cuanto a la imposición de su personalidad en los que
han llegado a santos; no les va, no lo buscan, hasta lo rehuyen.
Aportan lógicamente a sus órdenes aquello que
ellos "conciben" como instrumento de bien; con una
repercusión de esa personalidad que las origina que
no pasa de ser algo inevitable e incluso inadvertido por ellos
mismos, ignorado e indeseado. En la Obra lo penoso es lo contrario,
lo penoso es que en la Obra ella misma y la personalidad de
su fundador no se pueden separar, son una sola cosa.
Lo penoso es tener que referir a una persona lo que sólo
debería ser producto de la evolución o incidencias
del sistema como tal; como lo son las contradicciones surgidas
del deterioro propio de las cosas en su transcurrir diario.
¡Ojalá que esas incoherencias que se producen
en la Obra pudieran ser tratadas de una manera impersonal!
A mí sería a la primera que me resultaría
bastante más fácil. Ha sido todo el tiempo mi
intención evitar aquello que pudiera quedar en meros
juicios a personas, como ampliamente dejé expuesto
en los tres primeros capítulos del libro. Pero yo no
tengo la culpa de que en la Obra ese transcurrir contradictorio
no sea sino la peculiar contradicción de la persona
de su propio fundador. Muy a pesar de que no es su persona
ni su personalidad lo que a mí me importe, si no fuera
porque en la Obra se ha identificado lo institucional con
su sola y única personalidad.
Sin embargo, en honor de lo que los acérrimos veneradores
de la institución quieren denominar postura cristiana,
hay que anatematizarme a mí, y hay que hacerlo desprestigiando,
ofendiendo. (Conversaciones en la calle y cartas en revistas.)
Quizá porque como el libro no "deben" leerlo,
no han podido tener en cuenta aquello que ya dejé escrito
en su página 142. Acepto y respeto (y creo que en nada
he obstaculizado) opiniones de otros distintas a las mías;
anécdotas, experiencias en pro y en contra; entiendo
y he expuesto mi testimonio como uno más. Pero opinar
es una cosa, opinar incluso lo más opuesto, y otra
es insultar. Cartas éstas en las que, curiosamente,
todos se atienen a consignas tan precisas y concretas como
la de no mencionar el título del libro, la de definir
sin demostrar (tan usual en la Obra), la de no prestar atención
a razones ya argumentadas, o la de condenar alegando no haberlo
leído. Algo así como lo que podríamos
calificar de antítesis del diálogo. No quieren
que lo haya. Y no van a regatear esfuerzo para que deje de
haberlo.
Es curioso como, además, estos mismos defensores se
jactan de "no haber pertenecido ni pertenecer" a
la institución, a pesar de lo cual consideran sus apreciaciones
sobre la Obra "desde fuera" superiores y mucho más
exactas que las mías (vividas dentro), pretendiendo
calificarlas de falsas en honor de "tanta argumentación
contundente". Porque eso sí: no deben leer, pero
deben condenar. No deben mencionar el título, pero
deben desmerecer de su autora, incluso decir que "hay
que rezar por ella, porque, pobre chica"; y hay que dejar
entrever motivos indeseables de revancha o problemas personales;
aunque sean los propios originadores de tales "enfoques
defensivos" los que saben más y mejor que nadie
que nunca hubieran opinado de semejante manera sobre mi (porque
los motivos no existen) de no ser por la aparición
del libro.
Otro de los argumentos que se están empleando como
repulsa al libro es el de que todas las instituciones importantes
han tenido detractores. ¡No confundamos! No creo que
nadie que haya leído todo este libro pueda, "honradamente",
llegar a esta conclusión, especialmente teniendo en
cuenta sus capítulos II y IV. Pedir coherencia, evidenciar
inconsecuencias sin más afán que el de una toma
de conciencia adecuada, difícilmente podrá ser
tachado de ataque o de detracción. Aunque lógicamente
exista, porque existe, la repulsa hacia la tergiversación
de valores que tales incoherencias suponen.
Únicamente para aquellos que quieran negar el valor
de la propia evidencia de las cosas cabe usar semejante calificativo
a cambio de lo que únicamente debería ser motivo
de un diálogo razonado, razonante; y no una irracional
condena.
Me han llegado a calificar de Judas, de histérica,
de resentida... Sí, de muchas cosas, y lo han hecho
los "buenos", los que siguen fieles a una Obra en
nombre de Dios. Y no me preocupa. Mi vida la he proyectado
siempre, y lo sigo haciendo, cara a Dios, sin que los dimes
y diretes me afecten más allá de lo que para
mí supone un testimonio de vida que está al
alcance de cualquiera. Si lo que a mi me preocupara fuese
mi honra personal, si yo hubiera pensado en una defensa de
mi prestigio, o en una revancha compensatoria para mí,
nada más lejos como medio para todo ello que la medida
de escribir esta clase de libro, la medida de exponer mi propio
nombre a lo que conscientemente sabía que lo exponía:
dar la cara en estos casos (está siendo un hecho) es
acabar molida. ¿Molida como el grano de trigo que si
no muere no da vida?... Quizá. Molida porque el riesgo
es enorme, es mucha la dificultad del tema, y es tremenda
la "capacidad defensiva" de los que viven amparados
por la Obra. Por lo cual nunca un motivo personal será
suficiente, nunca una razón cualquiera, individual
o aislada, llevará a ello. Necesariamente tendrá
que haber más, mucho más.., y éste es
el caso.
Judas fue un traidor. O, como suelen decir los directores
de la Obra, es normal que de cada doce vocaciones salga un
Judas. Pero nunca abogar por la verdad, jugárselo todo
a la sola carta de la verdad (de una verdad más coherente),
no de mi verdad, sino de la verdad de unos hechos constatables,
podrá ser considerado como traición; sino más
bien como única medida de no traicionar simplemente
por omisión.
Sólo traiciona el que quebranta la fidelidad a unos
principios, que en el caso que me ocupa no son sino el punto
de partida de la coherencia que reclamo. Consentir en la incoherencia
de esos principios precisamente es lo que, a mi entender,
cabe únicamente concebir como traición.
Escándalos farisaicos los ha habido siempre y los
seguirá habiendo, sin que por ello (y no es sino evangélico)
el testimonio de la verdad tenga por qué arredrarse
ante semejante actitud.
Decía que no son "cosas mías", no
son detracciones revanchistas, y lo digo en base a la aportación
de quienes (como antes aludía) han querido unir su
testimonio, su experiencia vivida, al reclamo de esa verdad
en la que un día creímos y otro día nos
dejó perplejos por el propio engaño que nos
supuso.
Querida María Angustias:
Supongo que sabes quién soy y me recuerdas bien.
Estoy leyendo el libro que has escrito y desde el primer
momento pensé en escribirte al acabarlo. Ahora (y
estoy a la mitad), no he podido menos de ponerte unas letras
ya, porque siento necesidad de decirte lo muchísimo
que me gusta. Me complace saber que todo esto ha salido
a la luz, que está escrito y dicho ya de una santa
vez.
Todo lo que tú dices yo lo firmaría, lo ratifico
y lo rubrico, me hago solidaria y puedo añadir que
tu caso es el mio...
Siempre he tenido sobre mí la incomodidad de saber
que no había escrito y dicho todo lo que pasó
con mi vocación, con mi vida, en esos también
catorce años que estuve en la Obra. Ahora ya respiro
tranquila, porque aunque no lo he contado yo está
en la calle. Ya no hace falta que lo diga porque diría
lo mismo, e infinitamente peor dicho que lo dices tú.
Por lo tanto cuenta para todo, de hecho y de sentimientos,
con el testimonio de mi verdad que ratifica absolutamente
la tuya.
Lo interesante y lo triste es que tu libro lo captamos
"de verdad" los que hemos pasado por la Obra.
Los demás no captan, a no ser que les interese y
se paren, mucho, porque es increíble e incomprensible
lo que allí ocurre, ¡increíble! Te doy
mi más ferviente enhorabuena, y mi mayor admiración
por escribir tan claro lo que muchísimos, o todos,
los que hemos salido, hemos tenido pereza de abordar, sobre
todo por complicado. En mí no ha sido cobardía
de decir (que gritaría a los cuatro vientos esta
tremenda verdad), sino lo que te digo, temía la complejidad
del tema y... tuve pereza.
(A. M. Lda. Filoso fía. Madrid.)
Querida María Angustias:
Te supongo ya acostumbrada a recibir cartas de personas
que no conoces, como consecuencia de la publicación
de tu libro. No te conozco, si bien tenemos amigos o "desconocidos"
comunes -R. R. por ejemplo, o V. R.- por haber sido durante
bastantes años socios numerarios del Opus Dei.
Me gustó mucho, muchísimo tu libro. Es el
primero que leo escrito por un "ex" que no me
deja mal sabor de boca. Tenía que ser una mujer la
que lo escribiese... Es el primer libro sobre el tema que
efectúa una crítica de la Obra "desde
dentro", tipo de perspectiva que me parece imprescindible
en este y en tantos otros casos. Que critique el Opus Dei
alguien que ha perdido la fe, quien nunca la haya tenido
o el que crea que la Iglesia es una mera pervivencia medieval,
me parece lógico y natural. Estaba esperando a alguien
que hablase de la Obra sin tono acusador o aniquilador,
que por otra parte muchos han aprendido "dentro".
Y que dijese que, pese a quien pese, hay una Obra a la que
nos apuntamos mucha gente, y otra Obra, la "real".
Este desfase entre teoría y práctica se produce
con frecuencia en las instituciones humanas, incluidas las
humano-divinas, y no me voy a rasgar las vestiduras por
ello. Sin embargo, me marché cuando creí que
el desfase llegaba a una desproporción innecesaria,
subsanable y -para mí- personalmente intolerable.
Tu "Anexo" me parece un libro de espiritualidad,
opinión que en mí representa un elogio muy
grande. Es una lástima que, como tú misma
insinúas, ni lo lean ni lo vayan a leer sus principales
destinatarios: los actuales miembros, y sobre todo los responsables
de la organización. Es un libro que prueba que te
habías metido muy dentro de la Obra y en tu caso
la "estafas -putantes se obsequium proestare Deo- fue
especialmente dolorosa.
En mi caso personal, te confieso que no fue tan grave.
Nunca ocupé ningún cargo interno, no di una
sola charla de formación, etc., a gente de la Obra.
Esto es especialmente significativo porque siempre fui un
perfecto observante de todo lo prescrito. Siempre desarrollé
una activa labor apostólica de puertas afuera, si
bien con una peligrosa tendencia hacia individuos exóticos:
comunistas, ateos, extranjeros (negros)... intelectuales,
etc. Además, la Obra ha sido la única organización
de las que formé o formo parte en la que no me hayan
elegido "jefe", o secretario, o responsable, o
lo que sea. En los directores de la Obra había una
certera intuición psicológica, y seguramente
consideraban con razón que yo no era del todo de
fiar. Me había creído muy en serio lo de la
libertad de espíritu, y eso se nota.
Para mí, la Obra era nada más y nada menos
que una forma especialmente entregada de vivir el cristianismo.
Yo era cristiano "antes" de pertenecer a ella,
y, por supuesto, lo sigo "siendo después"
de salir. No me supuso un trauma especial el ingresar en
ella, y por lo tanto, tampoco me lo supuso el salir. Porque
coincido con tus apreciaciones, tu libro me parece excelente.
(J.1. 1. Psicólogo. Barcelona)
Querida María Angustias:
He leído tu libro con fruición, con verdadera
curiosidad, robando tiempo a mi tiempo. Y he sufrido una
agradable decepción. Porque, siendo duro, no tiene
bilis; siendo crítico, no corroe. Está escrito
para los de dentro, los que no van a leerlo; pero encuentra
en los de fuera los mejores destinatarios: les descubre,
sin, ser ¿se tu propósito, el porqué
del misterio que rodea al Opus. Y conforta llegar a saber
con su lectura cuál es la aguja de mareas que mueve
a tanta gente inteligente. Porque he de confesarte cierto
complejo, sentido antes, que movía a personas normales
a ser anormales. Al dar respuesta cabal a mi pregunta tu
libro, ya no lo siento.
Sirvan estas líneas para ayudarte en la lucha contra
"la santa coacción" y la "santa intransigencia".
Estoy seguro de que tu gesto valiente y lleno de autenticidad
vale mucho más que todos los millones que se ahorra
Monseñor Escrivá al no dar un "céntimo
por tu alma".
(E. A. M. Abogado. Sevilla.)
Querida María Angustias:
Sólo unas letras para decirte que he leído
tu libro y te doy las gracias porque en él has dado
respuesta a todas las preguntas que me hacía a mi
paso, poco tiempo, por la Obra. Breve tiempo; pero si el
suficiente para darme cuenta de que no era en absoluto lo
que decían. De la teoría a la práctica
hay un gran abismo.
Cuando me salí hice un resumen de todo lo que había
vivido "dentro", y la verdad no entendía
nada; ¿cómo era posible que en una obra que
se llama de Dios, que dicen además que fue inspirada
por Él al fundador, pasaran cosas tan inverosímiles?
¿Y cómo nadie había dicho nada para
su enmienda? ¿Qué pasaba? ¿O yo había
vivido una mala pesadilla? Sabía de personas fenomenales
que se habían salido destrozadas y no habían
movido ni un solo dedo para denunciar tales atropellos como
se cometen en nombre del Señor. Tu libro, al cabo
de los tres años de mi salida, me ha dado la respuesta
a todo. Y comprendo cómo nadie hasta ahora ha sido
capaz de tales denuncias: hay que ser muy valiente y querer
mucho el camino recto de Dios para hacer lo que tú
has hecho. Sé que has sufrido presiones y calumnias
por haberte "atrevido" a escribir tu experiencia
en el O. D. La verdad que tú denuncias es muy dura
para los que siguen "dentro", desgraciadamente.
¡Qué pena que les esté prohibido leerlo!
¡ Les haría tanto bien!
Estoy segura que son muchas las personas que te agradecen
este libro. Todas las que un día decidieron, porque
ya no podían más, dejar ese caos de manipulaciones
de... "Santa coacción." Y por otra parte
aquellas que han tenido la suerte de leerlo que han estado
a punto de entrar, también te lo agradecen en el
alma, porque les ha evitado sufrimientos inútiles.
Es tu libro sincero, valiente, llamándole a las
cosas por su nombre, muy crudo sí, pero desgraciadamente
la verdad de la Obra, o parte de su verdad, es así.
¡Qué distinto hubiese sido todo si verdaderamente
fuera OBRA DE DIOS, ni tú, ni yo, ni muchas otras
personas estarían fuera! Y seguro que ese número
que dicen de 60.000 (?) socios serían de verdad,
y muchos más, pero...
En mi poco tiempo "dentro" viví muchas
cosas de las que cuentas en tu libro. Yo entré de
agregada y como cuando no entendía una cosa preguntaba
y las respuestas que me daban no me satisfacían por
la falta de sentido, y me querían hacer ver lo blanco
negro y viceversa -con lo fácil que es llamar a las
cosas por su nombre-, pero claro, esto es posible cuando
se va con la verdad por delante. Yo seguía preguntando
cada vez que no entendía o veía claro algo.
En vista de esto me "aconsejaron" me pasase a
s. numeraria (esos brazos largos de la Obra) que por tener
menos contacto directo hay menos posibilidad de ver y .....
Yo estaba creando problemas con tantas preguntas. Pero como
Dios escribe "derecho con renglones torcidos",
resulta que seguía viviendo y observando por los
"servicios" que tenía encomendado, y naturalmente
seguía preguntando. Porque eso sí, entre sus
muchas contradicciones te dicen que preguntes todo lo que
no entiendas para que no te quedes con la duda, pero, según
las respuestas, sigues con más... Un buen día
decidí hablar con mi directora para no continuar.
Ésta me quería encajar donde fuera, pero oficialmente,
yo le indiqué que "extraoficial" podía
continuar. Así lo hice y durante cerca de dos años
estuve prestando pequeños servicios al O. D., y durante
todo este periodo de tiempo ni una sola vez se le ocurrió
a nadie preguntarme cómo estaba de salud mi alma.
Me marginaron poco a poco... ¡Tanto como el fundador
decía de palabras y escrito que la misión
de la Obra es llevar almas a Cristo estén donde estén,
que no importa no tengan vocación para "entrar"...!
Este detalle conmigo me demostró que yo no interesaba
a la obra, de lo que me alegré infinito. Con decirte
que cada día que pasaba -ya fuera- me sentía
más feliz, más libre y viviendo más
cara a Dios. Como anécdota te cuento que un día
tuve una pesadilla de que estaba otra vez "dentro"
y cuando me desperté lo hice con una angustia que
parecía que estaba envuelta en una red. Ya te puedes
hacer una idea.., y eso que mi paso fue muy breve y en lugar
distinto al tuyo. Comprendo todo lo que has sufrido.
Da pena ver cómo personas de buena fe, que entraron
dispuestas a entregarse totalmente a una obra que dice llamarse
de Dios, las van destrozando poco a poco, actúan
como autómatas, repiten como grabadoras lo que les
dicen, pero sin sentirlo: las frases de delicadezas, de
cariño, ese espíritu de servicio que tanto
recalcan, todo condicionado, sin corazón. También
es verdad que hay otras que viven "su vida" y
que le están sacando provecho a la Obra, son las
de "dame pan y dime tonto"; hay otras que "fuera"
son una más y "dentro" tienen su pequeño
mundo propio, "un grupo más o menos grande de
borregos-fanáticos" que le siguen a fe ciega,
y ellas se sienten "alguien". Éste es uno
de los motivos que he observado que retiene a muchos miembros
dentro... Esta postura estúpida de ser el "centro"
de algo, y donde sea, hace mucho daño, más
aún por estar Dios por medio. ¡Vanidad ciega
de algunos seres humanos! Sería muy interesante a
nivel de estudio sicológico, hacer una encuesta entre
todos los miembros que han sido o están en la Obra,
sobre el motivo que les indujo a "ser" socio...
Nos llevaríamos muchas sorpresas.
Un fiel reflejo de lo que es la obra es el famoso librito
CAMINO, lleno de contradicciones, de confusionismo. Leyéndolo
despacio se da una cuenta de todo el mare magnum que es
la Obra y de esa "desorganización bien organizada"
donde terminas volviéndote loca si te paras a pensar,
por eso la "fidelidad" consiste en obedecer a
fe ciega... vamos como una marioneta.
En fin María Angustias, te podría contar
mucho más, pero sería en cierto modo repetirte
lo que tú ya sabes de esta triste historia. Quiera
Dios que con tu libro, que ha sido una ventana abierta al
exterior, sea una llamada de atención a quien o quienes
correspondan y le pida cuentas a esta "santa obra"
(?) para que de verdad sea una Obra de Dios, o por el contrario...
Que tu valiente ejemplo espolee y aliente a todas aquellas
personas que han estado vinculadas a la Obra, poco o mucho,
pero que han vivido ese caos, a que no silencien tantas
barbaridades como cometen con las criaturas de Dios, manejándolas
como marionetas... Que dejen su cobardía.
Puedes contar conmigo si lo necesitas en esta empresa difícil
y peligrosa que te has metido, pero que por ser un deber
de conciencia y cara a Dios, Él te ayudará
en todas las dificultades que tu libro te está trayendo.
(M. A. V. Sevilla.)
Querida María Angustias:
No nos conocemos, aunque es muy probable que nos hayamos
visto alguna vez. ¿Cómo tengo tu dirección?,
muy fácil, me la consiguió una amiga que,
como tú y como yo, perteneció a la Obra.
He leído tu libro. Confieso que lo compré
con recelo. Es un tema tan manoseado, tan deformado -en
pro y en contra- que temí haberme fijado en una de
tantas obras que tratan el asunto. Pocas páginas
de lectura bastaron para comprender que, por primera vez
(creo yo), se dice la verdad sin adornos ni exageraciones.
Con objetividad. Sin rencor, pero dejando oír a través
de cada línea, la queja de una vida que se ha ido
quedando, día a día, en una lucha que, para
no pocos, parecerá fracaso.
Pertenecí diez años a la Obra como agregada,
y te aseguro que al leerte, volví a vivir tantas
y tantas dudas como a lo largo de esos años expuse,
a veces callé y siempre sufrí.
Mentiría si no te dijera que tu libro me ha hecho
pasar algunos malos ratos. Quien lo lea sin haber tenido
la vivencia de la Obra pensará -y te repito la opinión
de una amiga a la que se lo presté- que es atroz
haber pasado una cosa así, que si la Obra dice una
cosa y vive otra ¿qué clase de Obra es ésa?
Los que hemos vivido, a veces durante mucho tiempo, esas
cosas, esas tensiones, esa soledad, esa incomprensión,
encontraremos que tu libro nos duele, como nos dolió
abandonar la Obra porque, al cabo del tiempo, nos resultó
imposible, sin perder el equilibrio, continuar aceptando
aquello.
Has sido valiente, y has hecho un trabajo en nombre de
la justicia; estoy segura de que seremos muchos en pensar
de esta manera.
Quiero decirte que esos años, quizá y sin
quizá, los mejores de nuestra vida, gastados en un
mismo afán, necesariamente nos unen. Por lo que dices
en tu libro vives ahora sin problemas, pero a partir de
ahora estáte segura de que hay una persona más,
yo, con la que puedes contar para lo que quieras. No sé
si al dejar la Obra pasaste malos momentos. Yo sí.
Me encontré sola, las "amigas" de dentro
dejaron de conocerme al día siguiente, y noblemente
yo no quise volver a ver a las que trataba por razones apostólicas.
Fue casi un año de absoluta soledad, oscuridad, de
una gran amargura de la que creí no iba a ser capaz
de deshacerme. Pero el tiempo es buen médico en estos
casos, mi profesión me llamaba y a ella me aferré.
Cuando dejé la Obra trabajaba como profesora interna
de Instituto. Me encerré a estudiar y eso que busqué
como evasión me llevó a sacar las oposiciones.
Este año me he incorporado a mi plaza. En fin María
Angustias, sólo quería darte las gracias por
tu libro y mira qué parrafada me ha salido.
(M. C. R. Catedrática de Instituto. Madrid.)
Un sacerdote de 69 años se permite calificar el libro
de valiente, interesante, y en el cual se descubre una enorme
sinceridad, gran inteligencia y recia espiritualidad.
Podría seguir; son muchos más los testimonios,
son, están siendo, como decía, llamadas telefónicas,
entrevistas personales, etc., frecuentes y numerosas. Testimonios
que agradecen que haya sido capaz, testimonios que tenían
ganas de que todo esto se dijera, que ellos mismos hubieran
querido decirlo, pero...
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