LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
APOSTOLADO
En el afán de almas, de acción apostólica,
que de la Obra se predica, dicen, que de ciento interesan
ciento. Yo diría que de ciento, si posible fuera, se
va a por los ciento, pero que caben sólo unos cuantos.
Importa que cada día en la Obra el número de
socios sea mayor, pero importa también y sobre todo
-ahora como siempre- que se cuide la selección. Una
selección que en los primeros tiempos se basó
en unos valores personales altos, interesantes, grandes, que
dieran prestigio a la Asociación; y que ahora, cuando
ya el prestigio está más hecho, se basa en una
sumisión más adecuada (capacidad de "adaptación").
Antes la base era una necesidad de calidad; ahora una cantidad,
que necesariamente ha de ser sometible si no quiere acabar
en desbandada.
El proselitismo, la "labor de San Rafael" -como
se llama a la que se hace con la juventud- dice Monseñor
que es para él como "la niña de sus ojos".
Escribe y predica Monseñor cosas ejemplares, alentadoras,
bonitas (Camino, homilías, conferencias, coloquios);
cosas prometedoras, al menos en su forma. Antes, por mentalización,
no veía más allá; ahora, en opinión
personal, tendría que seguir calificando y añadirle:
barrocas, suficientes y contradictorias. Yo, sin embargo,
además de impresionarme y sentirme atraída por
ellas, he tenido que acabar llorando ante tanta acogida y
comprensión "dicha y escrita", mientras sobre
mí, y los que me rodeaban, pesaba la enorme carga de
las contradicciones que él mismo les aplica.
El apostolado de la Obra es un apostolado con toda clase
de medios, una formación atrayente (para algunos demasiado
ingenua), dedicación a ella primordial. Todo un montaje,
al que se le denomina acción apostólica, pero
que con propiedad debería llamársele exclusivamente
"proselitismo". Le llaman "santa coacción".
"La perseverancia de ninguno de mis hijos está
asegurada -arengará el Padre a sus seguidores- si no
es con la tuerca y la contratuerca de otras vocaciones traídas
a la Obra por él."
Interesan especialmente los muy jóvenes, "adolescentes".
A la Obra se puede pertenecer desde los catorce años
y seis meses. Y hay que conseguir que sean muchos los que
se asocien. Quizá para avalar con una cantidad lo que
no es fácil avalar de otra manera. Para lo que se planifican
labores que empiecen a influir desde muy jóvenes -colegios,
por ejemplo-, capaces de llegar a una juventud que por circunstancias
de los tiempos deja muy pronto de ser asequible a los estilos
de la Obra.
Ante una persona que puede "entender" a la Obra,
que puede ayudarla -aportándole algún prestigio,
dinero, etc.-, que puede ser una vocación más,
se derrochan detalles, amabilidades, se le dedica el tiempo
que sea (en esos casos no importa perderlo), y no hay limites.
Hay que tener amigas, muchas amigas, Pero una amistad que
"se utiliza"; vale sólo en tanto en cuanto
"sirva", en cuanto sea útil para la Obra;
no es admisible de otra manera si no existe algún tipo
de beneficio hacia dentro, es -dicen ellos también-
"una pérdida de energías, que necesita
la Obra y no pueden derrocharse inútilmente".
Hay anécdotas que reflejan muy bien tales actitudes,
opuestas entre sí; algunas nada solicitas. En una ocasión
se trataba de una chica que había dado "malos
pasos", pero que estaba arrepentida; quería que
alguien la ayudara a regenerarse, y acudió a una antigua
amiga suya que poco antes se había hecho de la Obra;
y le aconsejó ésta que fuese por la misma casa
que iba ella (estaba bajo los primeros entusiasmos), casa
de la Obra dedicada a hacer labor con chicas de clase media.
Fue, y se supo quién era aquella chica. Y a pesar de
los pesares -de lo mucho que pregonan su afán de almas-
pocos días después, a través de su misma
amiga, le aconsejaron que no volviera, según argumentaron,
"por el buen nombre de la casa". En la Obra caben
y gustan, y se alardea de grandes conversiones. Pero no caben,
es muy distinto, las que pueden ser más comprometidas
que lucidas.
Comprar un lápiz, una goma, lo que sea, en las librerías
de la Obra, es también -enseñan- acción
apostólica. Se viva a la distancia que sea, hacerlo
es contribuir -dicen- a toda la labor que desde allí
se hace. Una labor condicionada a vender una clase muy determinada
y limitada de libros, de donde el negocio no es fácil.
Pero sí lo es, muy fácil, la colaboración
de todos -socios y amigos de la Obra- por necesidad de buen
espíritu.
Apostolado es para los socios de la Obra vender y regalar
y difundir, cuanto más mejor, los libros que se refieren
a su fundador o que recogen publicaciones suyas, hasta conseguir
que sean los más vendidos y leídos.
Librerías, editoriales, etc., que dirán que
no son de la Obra. Pero sí será la Obra la que
se ocupe y se preocupe de organizarlas y dirigirlas, de impulsarlas
y protegerlas.
Llaman "labores personales" a organizaciones apostólicas
-colegios, casas para convivencia, centros de enseñanza-
que, promovidas y dirigidas por la Obra, son otros los que
las mantienen y los que figuran como sus promotores -supernumerarios
o cooperadores-. Aparentemente desligadas de la Asociación,
pero realmente vinculadas y manejadas por ella. Los lanzan,
los ilusionan; les hacen ocupar en ello su tiempo y su dinero,
y luego... Me parece estupendo el hecho de estimular, de promover,
de dejar hacer a otros. Pero ¿a qué decir una
cosa por otra?
Dice el fundador que el apostolado de la Obra es el "apostolado
de no dar". "No habrá billares, ni futbolines,
ni nada para atraer a los chicos a las casas de la Obra."
Pero sí será el apostolado de las"necesidades
apostólicas". Necesidades en las que se justificarán
desde una Torreciudad, hasta cada minuto de cada uno de sus
socios, que no deberán malgastarlo en cosas ajenas
a la Obra.
¿Torreciudad para dar al mundo un santuario más,
un instrumento de oración y veneración a la
Señora? Eso dicen. Pero Torreciudad, objetivamente,
lo sabemos muy bien, no es ni creo que llegue a ser nunca
nada más que un centro dedicado y reservado exclusivamente
a los socios de la Obra y amigos preseleccionados. Centro
de estudio, de descanso, de retiro. Torreciudad como "homenaje"
a un fundador que ha enseñado a sus hijos a manejarse
así.
Tuve que ver, en parte, con algunas instalaciones de las
de su proyecto -sé bastante de los millones que allí
se han manejado- y no veo la posibilidad de justificar (como
pretenden) semejante complejo en la labor campesina que dicen
que allí se hará, en un campo en el que no creo
que lleguen al centenar sus habitantes. Pretenden justificarse
también con la aportación de un importante archivo
(deseo del Padre) para los estudiosos del reino de Aragón.
Quizá por una vez en la vida quepa decir que "los
hijos de la luz son más audaces que los hijos de las
tinieblas". ¿A quién no le consta una audacia
grande por parte de la Obra? Audacia para conseguir vocaciones,
para organizar centros, para crear labores. Sería estupendo
haber llegado a eso si no fuera porque al hacerlo se hiciera
como se hace en la Obra: arrollando y desatendiendo.., tantas
cosas.
"La Obra es de Dios", argumentan como razón
de peso, y en ello lo encuentran todo justificado: sus gastos,
sus coacciones, sus omisiones o sus exageraciones. A lo que
yo añadiría: y todos los demás que pertenecen
a la Iglesia, y cada uno de nosotros, y los desvinculados
de la Obra también: todos somos de Dios.
Giras, aglomeraciones, promovidos entusiasmos alrededor del
Padre. Son, dicen, su acción apostólica. Un
ejemplo para sus hijos. La expresión clara de su preocupación
y su desvelo por todos, de su capacidad de acogida.
Y mientras el objeto de todo esto son "las multitudes",
dentro muchos de la Obra siguen desatendidos. El apostolado
de la Obra podría decirse que es la gran algarabía
en que queda totalmente ignorado el grito silencioso de los
que ya "no necesitan nada" -no deben necesitar-
porque tienen a la Obra (porque ya están dentro).
"Almas, Señor, almas, son para ti, para tu gloria",
arenga Monseñor en su afán de vocaciones. Afán
de almas que... ¡cómo cuesta!, ¡qué
difícil es, por contradictoria, esa búsqueda
de personas para luego ignorar precisamente a la persona!
¿Es fácil pertenecer a la Obra? ¿Fuerzan
a entrar, o por el contrario respetan la libertad personal?
Voy a limitarme a contestar con palabras de un numerario,
uno de los primeros socios de la Obra -ya fuera- que contaba
su experiencia en una entrevista que le hacían: "Me
dijo el Padre que él creía que yo tenía
vocación y que debía entrar, y accedí,
pero es distinto acceder que solicitar." Esta vez era
el propio fundador, que no será quien normalmente intervenga
de una manera directa. Pero sí es su estilo y su mandato
el que cuenta.
El que interesa, el que puede servir, necesariamente tiene
vocación. Y debe reprochársele su falta de generosidad
y su cobardía si no corresponde. Dicen incluso que
para ver la vocación basta con que ese amigo de la
Obra diga que se tiene, "Dios no va a mandar un angelito
a comunicártelo", argumentan.
Y en una Asociación en la que se selecciona tanto,
se selecciona capacidad intelectual, prestigio, situación
de trabajo o económica, a la hora de seleccionar precisamente
la condición vocacional es cuando menos se selecciona.
Yo estoy convencida de que si en la Obra se seleccionaran
menos condiciones externas y más internas, habría
luego muchos menos problemas, menos enredos, menos controversias.
La definición exacta de cómo debe ser el apostolado
en la Obra es la de "personal dirigido". Que es
tanto como decir: controlado, vigilado, preestablecido. Todo
está escrito. Para el apostolado como para todo lo
demás. Y sólo lo escrito vale. Existen guiones
concretos, específicos, y de antemano aprobados por
los directores, incluso para las meditaciones y clases doctrinales
de los sacerdotes.
¿Cómo se podrá hablar de un apostolado
real, adecuado a las necesidades de cada uno, de la época,
etc., "en medio de todas las encrucijadas de la vida",
como en la Obra se dice, con estos métodos, con estas
maneras?
Un chico que no tenía idea de que yo había
sido del Opus Dei, me decía: "Mira, cuando empiezan
a tratar a uno le acogen como el más entrañable
amigo, empiezan a imponer, a organizar, a decir todo lo que
se tiene que hacer. Y si los sigues en todo, bien, pero si
no al día siguiente te ignoran, es curioso cómo
se nota que sólo van a lo suyo."
Otra vez una chica, de edad mediana, bastante serena y objetiva,
me comentaba: "Empecé a ir a las meditaciones,
pero aquello era como el cuento de Caperucita Roja, y la vida
no está para eso. Yo no tengo nada en contra -me siguió
diciendo-, conozco poco, pero lo suficiente para que no me
sirva."
Habría casos para muchas páginas. Casos expresivos,
sintomáticos. Que cada uno conoce. Y no son los casos
lo más importante, lo más significativo. Sino
que a eso se le pretenda llamar, como se pretende en la Obra,
"el brazo largo de la Iglesia".
En la Obra hay gente de todas clases, se asegura. Gente rica,
gente menos rica, hay de todo. Y es verdad. Pero no menos
verdad que los más selectos son los preferidos. Hay
que buscar los mejores, lo que lógicamente lleva a
sentirse luego "los mejores". Distintos, distinguidos,
aun dentro cada uno de su propia clase.
Apostolado principal es también en la Obra el cuidado
de los que empiezan, de los recién llegados. Para que
se "formen", para que capten bien el buen espíritu.
Para que perseveren. Aunque a la vez no importa que de diez
queden dos, con tal que sean muchos los que empiecen para
que siempre sean muchos los que queden.
En la Obra cuentan todos los que piden la admisión
en el momento. Pero como esa persona no pertenece jurídicamente
a la Asociación hasta pasados una serie de períodos
de prueba, si se van cuentan sólo los que ya superaron
los períodos previstos; los otros no se cuentan como
defecciones. Dicen que no importan las estadísticas
pero ¡cómo se cuidan!
Un apostolado secular, eclesial, que se organiza centrado
de tal manera sobre si mismo que no estimulará, por
ejemplo, a que como testimonio de devoción mariana
se llenen las parroquias y las catedrales en la novena de
la Inmaculada, sino que las organizarán y reclutarán
juventud sobre todo, en sus propios centros y casas.
Que centrarán la importancia de la confesión
sacramental en la dirección con los sacerdotes de la
Obra. Haciendo que la gente acuda a sus casas también
y no a iglesias públicas en las que a la vez sería
todo un testimonio.
Que insistirán en lo mal que están las cosas
fuera de la Obra, para alardear de su única y particular
ortodoxia.
Que ignorará a todo el que no alabe y venere a la
Obra, sin mas.
Significativa y difícil, ¡incomprensible universalidad
apostólica de la Obra!
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